“Las manos humanas ofrece el calor perfecto para que la levadura dentro de la masa tenga efecto, y la fuerza de los movimientos agregan la elasticidad del fruto final”, explicó Lin.
“Además, es una práctica del zen, para centrar la atención de una en hacer una cosa simple al liberar mi mente de las confusiones y preocupaciones de la vida cotidiana”, dijo la joven pâtissiere sonriendo.
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