Más de dos mil años atrás, el enviado de la dinastía china Han, Zhang Qian, llegó a Asia Central, abriendo la Ruta de la Seda. En Occidente la seda atraía a un buen número de amantes por su lustre y nobleza y en el Imperio Romano valía tanto casi como el oro. Dicen que las obras de colores brillantes del conocido pintor al óleo francés Henri Matisse (1869-1954) habían sido inspiradas por los productos de seda, y que el público las llamaba “telas preciadas”.
Hasta hoy día, la seda sigue siendo sinónimo de los artículos de lujo para los occidentales. Su suavidad tersa y encanto oriental le han valido el amor de los diseñadores de Windsor y Montagut, marcas de talla mundial. Sin embargo, nos aflige que China, productor de seda durante miles de años, no posea ninguna marca comercial de prestigio internacional...
En la actualidad, en China, apenas se descubren por casualidad en Panjiayuan de Beijing y otras pocas tiendas de antigüedades alguna que otra prenda de seda bordada de siglos atrás, todas de primera en color, arte y técnica. Pues bien, la señorita Catrina no comprende por qué China, gran productor de seda y poseedor de artesanías desarrolladas, se ha reducido a un exportador de materias primas de seda.
En realidad hay otras muchas personas tan desconcertadas como ella. Así pues, la historia de la seda nos mueve a reflexionar.