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spanish.china.org.cn | 15. 04. 2015 | Editor: Claudia Leng [A A A]

Libro blanco: Opción histórica del Tíbet por el camino de desarrollo

Palabras clave: Libro blanco: Opción histórica del Tíbet por el camino de desarrollo

Bajo la servidumbre feudal, los seres humanos eran clasificados en categorías. Trece Códigos y Dieciséis Códigos, que rigieron en el viejo Tíbet durante varios siglos, dividían a la gente en tres clases con nueve categorías, legalizando la rigurosa jerarquía social. Estos códigos establecían: “Los seres humanos se dividen en tres clases, la superior, la media y la inferior; cada clase se divide, por su parte, en tres categorías, la superior, la media y la inferior. Estas tres son establecidas según el noble o humilde de su linaje sanguíneo y lo alta y lo baja que es su posición”, “la gente se divide en categorías y el precio de la vida también puede ser alto y bajo”, “el precio de la vida de los de categoría superior es el equivalente al de oro del mismo peso de su cadáver”, “el precio de la vida de los inferiores es de una cuerda de paja”.

La atrasada servidumbre feudal así como la teocracia que integraba el gobierno y la religión convirtieron al viejo Tíbet en una sociedad polarizada entre pobres y ricos. A finales de la década de 1950, los tres propietarios y sus agentes cuya población representaba menos del 5% del total de la población tibetana se adueñaban casi de todas las tierras de labrantía, granjas de pastoreo y la mayor parte del ganado, y de todos los bosques, montañas, ríos y bancos. Según estadísticas, en el Tíbet anterior a 1959, año de la reforma democrática, había 197 familias aristocráticas hereditarias, de ellas, 25 de aristócratas eminentes. De ellas, las siete u ocho primeras ocupaban cada cual varias decenas de fincas, con una superficie total de varias decenas de miles de ka (cada 15 ka equivale a una hectárea). La familia del Dalai XIV contaba con 27 fincas, 30 granjas de pastoreo, más de 6.000 siervos. El mismo Dalai XIV tenía 160.000 liang de oro, 95 millones de liang de plata, más de 20.000 piezas de joyas y útiles de jade, más de diez mil ropas de satén y cuero precioso. Los siervos y esclavos que representaban el 95% de la población tibetana no tenían nada y se encontraban en un estado paupérrimo, no contaban con ningún derecho humano. Refiriéndose a estos últimos, un dicho popular tibetano rezaba: “La vida es dada por los padres, pero el cuerpo es ocupado por la familia oficial. Aunque tengan vida y cuerpo, no tienen derecho a adueñarse.”

–Encerrado y atrasado, alejado de la civilización moderna, el Tíbet no era un “Shangri-La” en la imaginación

En la década de 1930, el escritor británico James Hilton describía Shangri-La –un paraíso ilusorio, bello y sin parangón en el mundo humano en su novela Horizontes perdidos (Lost Horizon). Más tarde, la búsqueda de dicho Shangri-La fue el sueño de numerosas personas. Hubo quienes consideraban al Tíbet como el lugar origen de ese Shangri-La. No obstante, esto no fue sino una aspiración benevolente de la gente, pues en el viejo Tíbet no existía nada de Shangri-La.

El atraso del viejo Tíbet se muestra en cierta medida en las siguientes cifras. Hasta 1951, año de la liberación pacífica del Tíbet, no existía un centro docente en el sentido moderno, el analfabetismo entre jóvenes y adultos era del 95%; no había asistencia médica contemporánea, la imploración ante la divinidad y buda era el principal medio de la mayor parte de la gente para tratamiento de enfermedades y la esperanza de vida media era de 35,5 años; no había ninguna carretera en el auténtico sentido de la palabra, el transporte de géneros y el correo dependían totalmente de las fuerzas humanas y animales; funcionaba una única central eléctrica de 125 kilowatios, que servía tan solo al Dalai XIV y un número reducido de privile-giados.

Personalidades tanto chinas como extranjeras que tuvieron experiencias propias sobre el viejo Tíbet, sin excepción, quedaban conmovidos por el extremo atraso del Tíbet y dejaron numerosas descripciones de sus experiencias. En 1945, el anteriormente mencionado Li Youyi observó luego tras varios meses de investigaciones en el Tíbet: “En el trayecto de mi viaje de más de 1.700 millas, a lo largo de los cursos medio e inferior del Yarlung Zangbo, lo que vi es una visión de decadencia. Cada día pude ver ruinas inhabitadas, se podían vislumbrar diques de parcelas labradas, pero sin presencia humana aparente. No fueron menos de cien los ‘poblados fantasma’ que atravesé… Empecé las investigaciones durante la cosecha otoñal. En la misma temporada, en las zonas rurales del interior de China, incluso en las más atrasadas, puedes ver la alegría por la cosecha en el rostro de los campesinos. Pero en el campo tibetano de 1945 no vi ninguna cara alegre. Lo que vi eran el rugido y latigazo de los aristócratas y los chalingba (cobradores de arriendo) contra los siervos y lo que oí era llantos y lamenta-ciones de los siervos.”

En Verdadera faz de Lhasa, Edmund Khantle, corresponsal del periódico británico Daily Mail en India, publicado en 1905, escribe: Lhasa “es tan sucia que no puede describirse. No cuenta con alcantarillado, la superficie del camino no está pavimentada. No hay ningún bloque de casas limpio e higiénico. Después de una lluvia, las calles se convierten en charcos muertos adonde acuden los cerdos y perros para buscar desperdicios.”

Du Tai (de etnia tibetana), que fue director del Departamento de Radio, Televisión y Cine de la región autónoma del Tíbet, recuerda: “Cuando en 1951 llegué a Lhasa, la pobreza y desolación de esta ciudad eran inesperados. Por entonces, además de la calle Barkor, vecina del monasterio Jokhang, casi no existían calles propiamente dichas, no existían instalaciones de servicio público, no había luz en las calles, no se suministraba agua ni había equipos para drenaje. Se veían cadáveres de los muertos de hambre y frío, había mendigos, presos y jaurías de perros. Al oeste del monasterio Jokhang hay una aldea de mendigos llamada Nubbangcang. Alrededor del monasterio Gyetab Romoche también se conglomeraban mendigos. Por entonces había tres o cuatro mil mendigos, más de una décima parte de la población de la ciudad.”

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