Tras un año marcado por numerosos aniversarios de carácter político y por los esfuerzos dirigidos a salir airosos de la complicada situación económica internacional, la tercera sesión de la XI Asamblea Popular Nacional se ha inaugurado sin embargo este miércoles enmarcada por un acontecimiento de carácter muy diferente y que no conoce precedentes en la historia reciente de China: coincidiendo con la reunión, trece periódicos chinos publicaron un editorial conjunto en el que urgen al gobierno a adoptar medidas legales para la reforma del actual sistema de registro ciudadano, el hukou, hasta completar la eliminación de las fronteras internas del país.
A pesar de que el asunto ya había sido anunciado por varios miembros del gobierno como una de las cuestiones que se consideraba necesario someter a un proceso de reforma, lo inaudito de esta petición abierta de los medios debe haber hecho revolverse en su asiento a más de un participante en la Asamblea. En parte, porque alienta un debate público que no se sabe adónde puede llegar y en el cual se invita al ciudadano a reflexionar sobre su derecho a expresarse críticamente sobre cuestiones de interés general y a exigir al ejecutivo cambios en aspectos estructurales de la política interna del país. En parte, porque implica que un cambio real de dimensiones también desconocidas ya se ha producido en la sociedad china cuando un agente potencialmente tan poderoso como son los medios de comunicación, que en el pasado no habían sido más que una herramienta al servicio del ejecutivo, se atreve a desafiarle abiertamente, y lo hace además no aisladamente sino de forma conjunta y con claras referencia a la igualdad, a la democracia y al derecho a la libertad.
El incidente, sintomático por muchas razones, hace pensar que el gobierno chino está llamado a negociar, tarde o temprano, un nuevo pacto social en términos que no pueden limitarse ya simplemente a la concesión de beneficios sociales para la población, camino por el que por otro lado parece ya estar decidido a avanzar con paso firme. Las reglas del juego están cambiando, y las exigencias aumentan en todos los sentidos y desde todos los lados. La petición es la expresión de un paulatino aumento del poder de la opinión pública, y de una voluntad de decisión que nunca antes se había vehiculado de este modo. Como consecuencia, un prudente Wen Jiabao ha anunciado, pocos días después, que China relajará las restricciones en el sistema del hukou, y que las reformas se empezarán a aplicar en ciudades de pequeño y mediano tamaño.
De cualquier modo, lo que está claro es que las cuestiones de índole nacional que afectan a los ciudadanos más directamente están siendo los principales focos de atención en torno al debate de este año, como confirmaba asimismo el contenido de los diálogos en línea que mantuvo a principios de semana el primer ministro Wen Jiabao con los internautas del país. No es solamente el asunto de la reforma del sistema de hukou y las demandas de la nueva generación de trabajadores campesinos, es también la preocupación por la gravedad de la situación generada por el aumento de las tasas de desempleo, uno de los más serios coletazos de la crisis internacional en la economía interna, y la sospecha de que es necesario introducir cambios sustanciales en el cada vez más obsoleto modelo de desarrollo del país si quieren evitarse males mayores que los que ahora se padecen.
Gran parte de la población siente muy cerca de sus propias carnes la presencia de un monstruo terrible dispuesto a morder si no se le sacia con los mismos altos porcentajes de crecimiento económico que se le ofrecían antaño, y que se empieza a sospechar China ya no estará en breve en disposición de ofrecer, como demuestran las conservadores previsiones de crecimiento económico para 2010 anunciadas por el ejecutivo, que se sitúan en sólo un 8%. El gobierno, desde luego, no es tampoco ajeno al problema, y cada día reza por ser capaz de mantener la complicada estabilidad social en un país que de lo contrario está abocado a sufrir una auténtica debacle justo cuando empieza a acostumbrarse a vivir sin las estrecheces de antaño. De ahí los esfuerzos por invertir las ganancias obtenidas gracias a estos años de continuada prosperidad en la reformulación de un sistema sanitario más equitativo y que permita responder más eficientemente a las necesidades de la población. De ahí, también, los ingentes esfuerzos realizados por el gobierno para atajar (y castigar pública y ejemplarmente, no lo olvidemos) el serio problema de corrupción que asola al país desde hace años y estaba generando una desconfianza entre la población hacia la clase política que peligraba con convertirse en endémica, amén de alimentar el rencor hacia un gobierno que hasta el momento no parecía dispuesto a tomar cartas en el asunto.
Ambas cuestiones, junto con la muy comentada reforma educativa y el espinoso asunto de la descontrolada subida de los precios de la vivienda, que el gobierno a prometido mantener a raya, han sido sin duda puntos centrales de los debates en las sesiones plenarias del Comité y la Asamblea, durante las cuales, en un nuevo mensaje tranquilizador dirigido a la población, se ha subrayado ampliamente la importancia de mejorar el nivel de vida del pueblo y de garantizar un reparto equitativo de la riqueza. La promesa de la creación de 9 millones de puestos de trabajo y de una tasa de desempleo de sólo el 4,6% en las zonas urbanas, así como la puesta en marcha de un programa de seguro social de vejez para las zonas rurales, completan un cuadro en el que se percibe sin duda el esfuerzo por mantener la armonía de la composición a partir de unos colores que ciertamente son difíciles de combinar.
Si el cuadro será o no del gusto de la población, o en qué medida ésta podrá empuñar también el pincel cuando haya que retomarlo en los próximos años, son cuestiones que no es sencillo dilucidar en este momento con claridad, pero que sin duda tanto la sociedad china como sus dirigentes tendrán que evaluar para decidir cuál es el estilo en que China está decidida a pintar el futuro no sólo del país, sino también del mundo.
Por Nuria Cimini