Sin embargo, algunos encajan tan bien que acaban sintiéndose raros al volver a sus países de origen. Hideki Azuma, directivo de 39 años de la firma de arquitectura HMA disfruta ya de su noveno año en Shanghái y cuando hace fila, se mantiene bien cerca de la persona que esté delante para evitar que nadie se meta enmedio. Hasta tal punto se ha acostumbrado a hacerlo que cuando regresa a Japón sigue haciéndolo. También asusta a los taxistas japoneses cuando intenta abrir la puerta del auto, que en Japón son automáticas.
Confrontación y lucha
Algunos residentes extranjeros continúan haciendo frente a las diferencias culturales y luchando con ellas. Estas diferencias varías desde las apariencias hasta la definición de la cortesía, el espacio personal y los valores.
“Un ejemplo clave es mi apariencia”, explica a ‘Shanghai Daily’ Samantha Jones, de Rockville, Estados Unidos. “Tengo 1,78 metros de altura y no soy muy delgada. En Estados Unidos no me sentía muy segura al respecto, pero en China no es más que una parte de mi vida diaria. Aparte de un par de hombres de negocios barrigones, suelo ser la persona de mayor tamaño en el ascensor. Para una mujer, es traumático”, cuenta.
Samantha ha aceptado la cuestión de la altura con los ánimos de un amigo íntimo chino que la trata con mucho cariño. “Es algo muy chino –decirte la pura verdad, aunque no la quieras oir, y decir que encuentres una forma de superarlo. Esta forma de afrontar mi altura y otras cuestiones realmente me ha ayudado a hacer frente a retos con los que otros extranjeros que veo tienen que lidiar constantemente”, explica. “Me ayudó a aceptar mi talla de una forma que el estilo estadounidense de ignorar educadamente lo evidente nunca consiguió”, afirma.