Cada vez más
China declaró Falun Gong como secta y la desarticuló en 1999, siete años después de su fundación. En aquel momento, contaba con unos dos millones de seguidores y, según cifras oficiales, causó la muerte de unas 1.700 personas.
Según Li Anping, vicesecretario general de la Asociación Anti-Sectas de China, fundada en el año 2000, existen numerosos grupos como la “Iglesia de los Discípulos” que están extendiéndose sigilosamente por el país. Estas sectas prometen buena salud y seguridad para atraer a sus miembros y luego comienzan a controlarlos a través de lavados de cerebro y otros métodos, explica Li. “Normalmente, causan daños físicos o psicológicos a los seguidores, mientras que los líderes o miembros clave acumulan grandes riquezas en el proceso”, explica.
Se desconoce cuántas sectas hay en China actualmente. Según documentos que circulan en línea publicados por gobiernos locales, el Consejo de Estado y el Ministerio de Seguridad Pública han identificado al menos 14 sectas desde la década de los 90, incluyendo la mencionada “Iglesia de los Discípulos”.
Algunas de estas sectas tienen su origen en la propia China, mientras que otras llegaron procedentes de Estados Unidos o Corea del Sur. La mayoría afirman derivarse del Budismo o el Cristianismo y cuentan con seguidores en todo el país.
Muchas de estas sectas han organizado ataques contra agencias de gobiernos locales e intentado derrocar al gobierno; algunas incluso han intentado fundar su propio “reino”, según dichos documentos. “No hay duda de que estas sectas no son religiones, sino que, más bien, usan el nombre de la religión para controlar a la gente y conseguir sus objetivos”, explica Li.
Este surgimiento se inscribe de forma más amplia dentro de los nuevos movimientos religiosos qeu han ido apareciendo durante la segunda mitad del siglo XX, cuando decenas de miles de sectas y grupos religiosos comenzaron a proponer enseñanzas heterodoxas como reacción a las religiones tradicionales.
Las controversias, tanto teológicas como sociológicas, alrededor de estos movimientos son numerosas. Sus oponentes acusan a estos grupos de ejercer control mental sobre sus miembros, tomar parte en conductas inmorales y, en casos extremos, causar suidicidios en masa, como el caso del ataque con gas sarín al metro de Tokio en 1995, perpetrado por una secta japonesa y que acabó con la vida de 13 personas. Su líder, Aum Shinrikyo, y otras figuras de la secta han sido juzgados y sentenciados.