Si es posible, cuando llegues a la casa de té, procúrate un lugar al aire libre, a la orilla del río Jinjiang. Siéntate cómodamente en una silla con respaldo y observa lo que pasa a tu alrededor: una muchacha limpia zapatos concienzudamente; varios clientes charlan sobre el embarazo de Wang Fei (cantante famosa china) o la Crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos. Cuando te sientas cansado, puedes dormirte un rato, y si tienes hambre, puedes disfrutar de una pasta Liangfen, un púdin de tofu o unos tallarines ‘dandan’ en los puestos ambulantes, cosa que seguramente te resultará más agradable y relajante que comer en un restaurante caro.

Las casas de té para los ciudadanos de Chengdú no sólo están para tomar el té, sino más también para conversar y hacer vida social en esta ciudad que se desarrolla a gran velocidad pero que vive despacio. De hecho, los dos elementos más importantes que condicionan la popularidad de estos negocios son en el sabor del té y las charlas de la clientela.

Los huéspedes pueden conversar libremente sobre todo: lo divino y lo humano, el amor, la bolsa, el dinero... Los temas llegan hasta donde alcance el pensamiento. Entre los clientes, los hay charlatanes y taciturnos, cada uno con sus propias características a la hora de charlar. Las casas de té podrían considerarse el antecedente de los chats en internet.

Sólo después del terremoto del 12 de mayo de 2008 en Wenchuan, las casas de té en Chengdú se quedaron vacías por unos días, pero luego recuperaron su ajetreo cotidiano. Después del sismo, los encuentros se han vuelto más frecuentes y los amigos liberan charlando y bromeando la tensión generada por la situación.

En una ciudad como Chengdú, buscar una casa de té, pedir una taza y charlar con los demás nos proporciona unos ratos sumamente amenos.