Si nos remontamos a la década de los años ochenta, en cuestión de drogas, nos adentramos en la ‘época dorada’ del narcotráfico. En aquellos años, un sólo hombre era el soberano de la distribución de sustancias ilegales en el mundo. Su nombre: Pablo Escobar. Nacionalidad: colombiano.
Pablo Escobar es el mito fundacional del narcotráfico moderno. Su riqueza y poder lo ubicaban entre los hombres más influyentes del planeta. Escobar y su organización, el Cartel de Medellín, sentaron los precedentes para la estructuración de posteriores organizaciones criminales del mismo tipo. Hasta antes de los años 90, el imperio colombiano controlaba con eficacia el tráfico de cocaína y cannabis desde el sur y centro de América hasta el mercado estadounidense. Su famosa ‘ley’ “o plata o plomo” le granjeó respeto entre los gobernantes, policías y militares de la época: o aceptaban su plata (dinero) o les caía el plomo (balazos).
Después de varios años del ‘reinado’ de Escobar, y luego de innumerables intentos por parte de Colombia y Estados Unidos por detenerle, finalmente, los cuerpos antidrogas del país norteamericano lo acribillaron en una emboscada.
El vacío de poder que dejó Escobar, así como la fuerza que fueron cobrando organizaciones similares a la suya en México (originalmente grupos mexicanos empleados y adiestrados por los colombianos), dio paso al encubramiento de los cárteles mexicanos; hoy día regentes del tráfico de sustancias ilegales a nivel continental.
La década de los noventa atestiguó el cambio de poder de Colombia a México.