Las prácticas de sacrificio a Dios, nacidas originalmente de las creencias folklóricas, se combinaron con los dioses budistas y taoístas y se trasladaron gradualmente de las comunidades rurales y urbanas a los templos. Al tiempo que el budismo y el taoísmo celebraban sus respectivas fiestas, las diversas organizaciones populares iban con iniciativa para unirse en alegría. De allí que los templos budistas y taoístas llegaron a ser poco a poco escenario de los encuentros de las masas basados en actividades religiosas.
Paralelamente, estas actividades vinieron volviéndose mundanas, es decir, auspiciadas en su mayoría por seglares a través de consultas. Este cambio no sólo mejoró en gran medida la atracción y el fervor de las actividades, sino que también aumentó su aliento comercial junto con el fortalecimiento de su característica popular y recreativa. Gracias a los esfuerzos mancomunados de los círculos religiosos y sociales, las ferias ganaron un creciente ímpetu.