Pero más allá de los intereses prácticos, existe también una razón más ‘teórica’. Irán representa a ese grupo de países en vías de desarrollo que desafían la hegemonía norteamericana y que reclaman de diversas formas un orden mundial diferente. Por ello, el Irán actual, para bien o para mal, cobra una carga simbólica importante en esa lucha de los países en vías de desarrollo por hacer valer sus voces en un mundo hasta ahora aplastantemente dominado por potencias occidentales.

China se posiciona a la cabeza de ese grupo de países emergentes y en vías de desarrollo, por lo que una posición no favorable a Irán podría también mermar su percepción por parte de algunos de esos mismos países como líder del mundo en desarrollo.

Sin embargo, desde otra perspectiva, a China también le interesa la estabilidad en Oriente Medio para mantener sin sobresaltos los precios del petróleo. Más del 50 por ciento del petróleo que el país asiático importa para alimentar su imparable avance procede de dicha región. Y los rifirrafes entre Irán e Israel, blandiendo ambos lo nuclear como constante medio de persuasión, no contribuyen a mejorar la situación.

En esta situación, China se erige en el mejor intermediario posible. Pekín seguramente no estará dispuesto a apoyar un programa duro de sanciones contra Teherán como a Washington le gustaría, pero tampoco le conviene una escalada del conflicto en la región.

Un rechazo de pleno a cualquier forma de persuasión hacia Irán significaría que China se repliega únicamente sobre sus intereses internos y rehúye, como se le acusa desde medios internacionales, sus responsabilidades como potencia global.

Por todo ello, China podría aprovechar su posición para conducir la situación una solución que beneficie a todos y, al mismo tiempo, fortalecer su papel en la escena internacional. A poco de que concluya la cumbre, ésa parece ser la posición del gobierno de Pekín. Hu Jintao, en su reunión con Obama, se comprometio a participar en las discusiones al respecto.