Por Manuel Pavón Belizón (SPANISH.CHINA.ORG.CN) - La Cumbre de Seguridad Nuclear que se ha venido celebrando estos días en Washington reviste una importancia vital en un contexto como el actual, en el que empieza a definirse una nueva distribución del poder global. Nuevos elementos comienzan a tomar posiciones en el tablero mundial y en esta cumbre se trata, en cierta medida, de poner las cartas sobre la mesa antes de que la partida siga adelante.
Resulta curioso que el evento se celebre en Washington, con Estados Unidos –precisamente el único país en la historia que ha empleado la bomba atómica para atacar a otra nación- erigiéndose en garante de la seguridad y la no proliferación nuclear.
El objetivo de la cumbre es afianzar la seguridad global, garantizar la no proliferación de armamento nuclear y la puesta bajo control del material ya existente, con el fin de evitar su uso bélico, no ya por entidades nacionales, sino también por parte de grupos terroristas. Y para garantizarlo, es necesaria la convergencia de los dos países con más peso en la geopolítica actual: Estados Unidos y China.
Sin embargo, en el tablero de la cumbre ha faltado una pieza clave, fundamental: Irán. Y aunque el gobierno de Ahmadineyad no ha estado presente como actor en las discusiones, sí lo ha estado, por seguro, como objeto de las discusiones. Precisamente la imposición (o no) de sanciones contra Irán por rechazo sistemático a poner su programa nuclear bajo supervisión internacional ha sido, desde hace tiempo, uno de los motivos de fricción entre China y otras potencias, como Estados Unidos.
Las reticencias de China a entrar en la dinámica de las sanciones contra Teherán puede explicarse de muchas formas. Por una parte, como señalan muchos medios internacionales, las razones de suministro energético. Irán produce entorno al 13 por ciento del petróleo que China importa y se prevé que el país asiático también podrá obtener gas natural iraní.
Las garantías energéticas son fundamentales para China en este momento de su historia. Su proceso de desarrollo necesita de un suministro energético asegurado y el apoyo a las sanciones contra el país persa provocaría una reacción negativa por parte de Teherán, algo que China no puede permitirse. A ello se une, no lo olvidemos, que más de cien compañías chinas tienen intereses en Irán en numerosos sectores. Así pues, desde el punto de vista de sus intereses energéticos y económicos, suscribir las sanciones contra el gobierno de Ahmadineyad en este momento resulta para China, como mínimo, no recomendable.