Durante siglos, los Uigur apenas se trasladaban. Ellos sólo los construyeron uno a uno – el del padre sobre el del abuelo, y el del hijo sobre el del padre – con el paso del tiempo, un mayor número de suelos fueron añadidos para alojar la creciente población. Las casas han crecido en los otros, llenando cada espacio, y formando una selva tropical cuando están juntos. Los Uigur, orgullosos de sus fabulosas habilidades para aprovechar cada espacio, usaron barro y álamo en sus edificios. Árboles de álamo fueron talados, cortados, interpuestos y clavados sin maquinaria. Las casas – difíciles de distinguir entre ellas – parecen tan peligrosas que se derrumbarían con un vendaval, aunque aún permanecen de pie en la actualidad. Para ahorrar espacio, las casas cruzan los callejones, salen de las calles, o cuelgan de pisos superiores. Cualquiera que camine por un camino tenebroso que serpentea a través del vecindario puede estar preocupado que la estructura encima de su cabeza se derrumbe. Afortunadamente, no ha habido registro de dicho accidente.