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Aunque hace dos años, Cuba permitió desarrollar la economía privada y hasta la fecha han sido registrados 160.000 pequeños negocios, la escala y la eficiencia permitirán comprobar finalmente el éxito o fracaso de esta estrategia.
El que la reforma de Cuba avance con pasos tambaleantes significa que en la isla, separada de Estados Unidos por el estrecho de La Florida, sigue predominando la fuerza que tiene la convicción en el sistema existente y el orden económico. Si no se consideran factores como la eficiencia y la calidad de la producción, podemos afirmar que la isla ha establecido un sistema de abastecimiento gubernamental en la vivienda, la alimentación básica, la atención médica y la educación que garantiza cierto bienestar a sus ciudadanos.
Solo cuando el Estado no pueda soportar esa pesada carga, comprenderá que este sistema es inviable; y cuando la mayoría de los cubanos sienta las dificultades económicas, tomará conciencia de la importancia de incrementar su productividad. Nadie puede entender que Cuba sufra una crisis alimentaria y un tercio de sus tierras cultivables estén en desuso.
En el Gobierno de Raúl Castro, la economía privada es insignificante aún en comparación con la gran empresa estatal. Por otro lado, debido al aumento de los impuestos, una vez que el Estado alivie el problema de sus pesadas cargas y desaparezca el estímulo exterior, la fuerza que “evoca los tiempos pasados” promoverá la recuperación del sistema de abastecimiento estatal, haciendo que los frutos de la economía privada sean asumidos por la empresa estatal, lo que provocará un nuevo “avance del país y retroceso del pueblo”. Por ello, es difícil esperar que Cuba lleve a cabo una reforma económica sostenida antes que de la propiedad.