Por Manuel Pavón Belizón
Una de las cosas que más suele llamar la atención al llegar a Pekín es la abundancia en sus calles de coches de lujo, la mayoría de ellos Audis de color negro y con los cristales tintados, para dar un aire de mayor distinción. Son un símbolo del estatus de sus ocupantes, de su éxito social, algo que los chinos, en general, admiran.
Sin embargo, la cosa cambia si en la matrícula del vehículo aparece el indicativo 晋 (Jīn), correspondiente a la provincia de Shanxi, en el norte-centro de China.
No sería justo generalizar, pero para la mayoría de los chinos alguien procedente de esa provincia es probable que haya hecho fortuna con el carbón y la minería, una de las industrias más potentes y características de Shanxi.
Esos coches de lujo de Shanxi, con su carrocería negra, como el carbón gracias al cual sus dueños los han adquirido, suelen despertar en algunos casos cierto recelo. Muchos hablan de 血煤 (xue mei), que quiere decir ‘carbón de sangre’.
Las minas chinas son objeto de noticia muy a menudo. Demasiado a menudo. Basta con echar un vistazo de vez en cuando a la prensa china para ir desgranando toda una letanía de accidentes ocurridos en minas de carbón: mineros atrapados o muertos por derrumbes en el interior de las minas, explosiones, inundaciones, caídas, desprendimientos, escapes de gas tóxico... Todos con una nota común: la precariedad en las medidas de seguridad laboral.
La provincia de Shanxi, una de las zonas de producción de carbón más importantes del país, ha acabado llevándose el aciago honor de convertirse en símbolo de una triste y avergonzante realidad. Pero los accidentes laborales en minas también se producen en otras provincias y regiones como Mongolia Interior, Henan o Xinjiang.
Una de las más recientes, la de la mina Wangjialing, en Shanxi, el pasado 28 de marzo, dejó atrapados a 261 mineros, de los cuales murieron 38. En este caso concreto, según cuentan los propios operarios de la mina, los responsables habían sido advertidos del peligro con anterioridad. Ahora, 38 vidas han sido el pago para esos oídos tan ensordecidos por la codicia, hasta el punto de hacer caso omiso de unas advertencias tan serias.
Casos como este revelan que para muchas empresas, no sólo en China, sino también en muchos otros países (incluso desarrollados) la mano de obra y la vida de un trabajador siguen siendo algo barato, objeto de despreocupado mercadeo, un mero medio para aumentar las ventas o cumplir con los objetivos de la empresa.
En el caso de los accidentes mineros en China, resulta tanto más flagrante al ser el Estado el propietario (total o parcialmente) de muchas de esas empresas mineras entre cuyos logros corporativos y abultados ingresos se va derramando la sangre y la vida de muchos trabajadores.
Un minero cobra entre 3000-5000 yuanes al mes por su duro trabajo. En caso de accidente, las compensaciones que recibe la familia a la que deja atrás suelen ser irrisorias, por lo que para muchos empresarios sigue resultando más barato perder trabajadores que invertir en mejorar la seguridad laboral de sus empleados. Así de aterradora es la realidad de los mineros en China.
Sólo en el mes de abril de este año se han producido accidentes en Henan (1 de abril, 40 muertos), Xinjiang (12 de abril, al menos 4 muertos), Jiangxi (23 de abril, 12 muertos), y ésta es sólo una parte de una lista larguísima de tragedias.
El Gobierno ha dicho que endurecería las normativas referentes a la seguridad laboral y que castigaría duramente a los responsables de las negligencias. Pero, ¿cuánto tiempo llevaban esperando las autoridades provinciales y estatales para poner cerco a una situación tan dramática? ¿Realmente necesitaban esperar al año 2010 para intervenir de manera contundente en esta problemática? ¿No han tenido suficientes advertencias durante todos estos años antes, cuando los accidentes mineros han estado siendo el pan nuestro de cada día en muchas zonas de China desde hace décadas?
Mientras que las autoridades esperan, una vez más, a emprender acciones efectivas, muchos mineros chinos siguen bajando al tajo a poner en riesgo sus vidas. Todo para que sus jefes puedan seguir comprándose lujosos Audis negros.