Por Manuel Pavón Belizón
Puede parecer sorprendente, pero si en China se margina o menosprecia en algo a los homosexuales es debido, en buena parte, a la influencia de la cultura occidental.
En la década de 1990 surgió en los países occidentales la llamada ‘teoría queer’, que estudiaba la percepción social de los actos sexuales y las identidades. En esencia, esta teoría venía a decir que todas las identidades sexuales eran ‘innaturales’ por igual, al tratarse todas de meras construcciones sociales a partir de actos sexuales.
Es decir, en el comportamiento humano (y animal) han existido siempre actos sexuales entre personas del mismo y de distinto sexo. Sin embargo, sólo las relaciones entre hombre y mujer fueron institucionalizadas en la mayoría de las sociedades del mundo, porque esa función cumplía un objetivo práctico: la perpetuación de la especie y, en sociedades más complejas, la transmisión de la propiedad. Pero el hecho de que las otras formas de relación sexual no estuvieran institucionalizadas, no implicaba que fueran ‘innaturales’, ‘ilegales’ o ‘inmorales’.
Los registros históricos nos han dejado numerosas muestras de que la sexualidad en general y entre personas del mismo sexo en particular no estaban mal vistas en China, desde la antigüedad hasta épocas relativamente recientes, y que las relaciones entre hombres o entre mujeres eran más frecuentes de lo que cabría pensar.
Las referencias más antiguas que existen sobre la ‘homosexualidad’ se remontan al Periodo de los Estados Combatientes y hacen referencia al Duque Xian del estado de Jin, que habría infiltrado a un ‘guapo joven’ en la corte de un rival para sabotearlo desde dentro. Otros ejemplos se encuentran en la obra de Han Fei.
En la Dinastía Han se tiene igualmente constancia de que varios emperadores gustaban también de tener amantes masculinos, siendo la historia más conocida la del Emperador Ai de Han y su amante Dong Xian. Y así ocurre con la mayoría de las dinastías imperiales de China. El hecho de que estos detalles se registrasen en obras históricas y literarias muestra que se trataba de algo frecuente y que no existía ninguna animadversión hacia este tipo de relaciones. Eso sí, la gran mayoría de los protagonistas de estas historias cumplían a pies juntillas con las instituciones familiares y estaban, a su vez, casados con mujeres y tenían hijos.
Sin embargo, en Occidente, como ya sabemos (con la excepción de la Grecia y Roma clásicas), las relaciones entre personas del mismo sexo han sido siempre estigmatizadas como inmorales o ‘contra natura’ por la mentalidad judeocristiana imperante y aquellas personas que realizaban este tipo de prácticas eran castigadas, llegando al extremo de condenarlos a muerte (algo que, tristemente, sigue ocurriendo en algunos países). En la China antigua, por el contrario, nunca se ejecutó ni se sometió a escarnio a nadie por tener tendencias homosexuales.
En efecto, fue la llegada de los occidentales lo que cambió la situación. Su moral se filtró hasta cierto punto en la mentalidad china. Así, vemos que a finales de la Dinastía Qing surge la primera ley que pena las relaciones homosexuales. Pero supone una excepción dentro de una historia en la que la tolerancia había predominado, precisamente porque antes, las relaciones entre personas del mismo sexo eran percibidas como actos puntuales, sin que de ellos se derivara necesariamente una forma social institucionalizada o identitaria, como ha venido a ocurrir en Occidente.
La relegación de la ‘homosexualidad’ a un segundo plano tiene una doble justificación en la mentalidad colectiva. Primeramente, el Confucianismo, que pone por encima de todo la ‘Piedad Filial’, cuya máxima expresión es la perpetuación del linaje familiar engendrando hijos que continúen la línea de los antepasados. Faltar a esta obligación es la mayor deshonra que pueda cometerse. Por ello, el Confucianismo no condena las relaciones entre hombres o entre mujeres, sino que sólo se opone a que este tipo de relaciones sean ‘exclusivas’. Es decir, ante todo, un hombre o una mujer debe casarse y tener hijos. El que busque otro tipo de relación fuera es algo que sólo le atañe a él, mientras que no interfiera con sus obligaciones ‘institucionales’ dentro del matrimonio y hacia la familia.
La otra fuente es de origen occidental y ha ejercido una gran influencia en la historia reciente del país: el comunismo, una ideología europea que veía en la homosexualidad un acto burgués y decadente. El comunismo pone por encima el interés comunitario y a él lo supedita todo; por lo tanto, la relación entre dos individuos del mismo sexo se veía como egoísta y contrarrevolucionaria, al tener como único objetivo el ‘placer individual’.
Estas dos corrientes, una de supeditación condescendiente (Confucianismo) y otra de claro rechazo (Marxismo), confluyen para conformar la mentalidad china hacia la homosexualidad.
Ciertamente, ser homosexual en la China actual es difícil. Y contradictorio. La homosexualidad dejó de ser considerada oficialmente una enfermedad mental sólo en 2001. No existen leyes que castiguen las relaciones entre personas del mismo sexo ni se dan casos de agresión contra homosexuales, pero sí existe cierta forma de discriminación, sobre todo a través del silencio: no se habla de la homosexualidad y aquello que no se nombra, no existe.
Todo se resume en la política de los ‘tres noes’, que parece ser la forma en que las autoridades chinas lidian con la cuestión: no apoyar, no oponerse, no promover. Esta actitud relega a los homosexuales chinos al anonimato y la falta de reconocimiento social, una discriminación sutil.
En la mayoría de los casos, un homosexual no será objeto de discriminación directa si no se declara públicamente como tal y si cumple, como ya hemos dicho, con su obligación de cara a la familia: casarse y tener hijos. Es la razón por la cual muchos homosexuales llegan a constituir una familia y una carrera profesional remarcable. En muchos casos, llevan una doble vida; en otros, algo menos común, el cónyuge es consciente de la situación y la acepta.
Sin embargo, resulta llamativo que la mayoría de las encuestas sobre el tema, como la realizada por la socióloga Li Yinhe en 2008, muestran un nivel de aceptación bastante elevado para un país de las características de China, incluso por encima de los niveles de aceptación que se registran en países supuestamente ‘desarrollados’. Sin embargo, cabe preguntarse qué idea tienen los encuestados de la homosexualidad y si realmente la ven de la misma forma y con las mismas implicaciones que le otorgamos en las cultura occidentales.
Pero es obvio que existe un cambio general en la mentalidad, una progresiva aceptación que ha ido en paralelo con la apertura del país al exterior y el desarrollo del bienestar de los ciudadanos.
Muchos homosexuales en décadas anteriores probablemente desconocían que incluso existiera una palabra para denominar sus tendencias. Por el contrario, muchos jóvenes homosexuales en la China de hoy tienen acceso a la información del exterior y comienzan a tomar una nueva conciencia de sí mismos y de su sexualidad, derivando de ella una identidad concreta y poniendo en común su situación con la de otras personas similares en otros lugares del mundo. Es una muestra más de cómo los chinos comienzan a tomar cuenta de su propia individualidad y de la noción de placer, algo impensable hace unos años.
Pero esa aceptación de su identidad se lleva a cabo únicamente en el plano sexual, en la mayoría de los casos. Adoptan un ‘modo de vida homosexual’ al estilo occidental, pero muchos no buscan más que eso. Para ellos no existe una necesidad tan acuciante de reconocimiento social ni se plantean la conveniencia de que su situación deba ser institucionalizada mediante, por ejemplo, el matrimonio homosexual.
No obstante, la mayoría de estos jóvenes sigue teniendo que enfrentarse a las exigencias sociales y familiares. Viven su sexualidad a escondidas, con un grupo limitado de amigos con las mismas inquietudes, acudiendo a lugares de encuentro específicos donde ser ellos mismos sin temor a ser juzgados o acusados. Frente a la familia, como ordena la tradición, se mantienen las apariencias. Muchos de estos jóvenes acabarán pasando por el aro del matrimonio heterosexual, reprimiéndose o bien llevando una doble vida.
Pero en una situación tan acuciante, en una sociedad en la que los cambios se suceden a un ritmo de vértigo, la negación de esta realidad a través del silencio resulta cada vez más absurda, pues contribuye a la ‘guetización’ de los colectivos e impide afrontar sus problemas de forma efectiva. Por poner un ejemplo, la problemática de las enfermedades de transmisión sexual podría abordarse de forma más eficiente si no existiera esa cortina de silencio entorno a determinados colectivos.
A pesar de existir esa corriente que mencionábamos entre los homosexuales chinos que se limita a disfrutar de su sexualidad sin preocupaciones ni aspiraciones sociales, también existe una contraparte, la de muchos activistas y grupos que reclaman mayores derechos y reconocimiento para este colectivo, que realizan su labor, en muchos casos, sin ser reconocidos ni siquiera por la comunidad a la que defienden.
Es necesario poner fin al silencio gubernamental y social sobre la homosexualidad. La aceptación general de la diversidad es una forma de madurez y enriquecimiento social y pondrá más fácil la lucha contra determinados problemas que afectan a este colectivo.