Delante de un restaurante chino apareció un letrero con la frase ¨Prohibida la entrada a los japoneses¨, situado en una zona bastante internacional en Pekín. Los siguientes dos artículos son cómo lo ven una española y una china.
“Prohibida la entrada a los japoneses”
Por Nuria Cimini
La frase “Prohibida la entrada a perros y japoneses”, parafrasea el mensaje que podía leerse en aquel famoso letrero colgado a la entrada del parque Huangpu en la antigua concesión británica de Shanghai, según el cual los chinos, así como los perros, tenían prohibida la entrada al recinto. El lugar en que se tomó la instantánea, un pequeño restaurante situado en uno de los barrios de moda de Pekín, solía estar regentado por una amable señora de excelentes habilidades culinarias, pero al parecer ha cambiado de dueño. A pesar del frío de la noche pekinesa, me quedé parada en la puerta con la boca abierta, durante más de 10 minutos, sin ser capaz de reaccionar. Finalmente, y a pesar de que me sonaban las tripas, di media vuelta estupefacta y me fui a buscar otro lugar donde cenar, preguntándome si hay algo que pueda justificar la existencia de un letrero así.
Sobre los antecedentes, a pesar de que algunos claman que aquel cartel nunca existió, lo cierto es que en aquella época los ciudadanos chinos tenían efectivamente prohibida la entrada no sólo al mencionado parque, sino también a cualquier otro lugar de la zona de las concesiones, al menos sin la correspondiente autorización. Y, como todos sabemos, siempre ha sido algo muy propio de los colonizadores europeos hacer alardes de un racismo exacerbado dondequiera que fuesen. Lo que no tengo tan claro es que el cartel en cuestión se mantuviera durante la época de la ocupación japonesa, como muestra la famosa escena de la película de Bruce Lee Fists Of Fury, o si la película sólo pretende utilizar ese viejo símbolo para denunciar las injusticias cometidas contra los chinos por parte de los japoneses en los años 40.
Mito o realidad, el mensaje ha calado, al parecer, en algunos sectores de la sociedad china, de una forma que a mi parecer es preocupante. Tras el incidente, decidí investigar, y pude comprobar que este no es el único ejemplo que puede encontrarse entre los locales del país. En diciembre de 2004, el Next magazine de Hong Kong publicaba una noticia sobre un local de Shenzhen conocido como Great Gray Wolf que, desde que se abriera hace nueve años, exhibe un cartel que prohíbe la entrada a japoneses. Otro bar, este en Chonqing, ostenta un cartel en el que se lee “no admitimos japoneses en este local”, mientras que en Jilin, otro restaurante conocido como 6Park anuncia que “los japoneses deben pedir disculpas (por la invasión japonesa de China) antes de entrar” o no se les servirá, añadiendo que en caso de disculparse se les servirá gustosamente, ya que esas personas estarán valorando su historia como es debido.
Tanto ahora como entonces, estos mensajes son indudablemente denigrantes y por lo tanto deleznables, sin que ningún argumento sea capaz de justificarlos. Representan lo peor que las sociedades humanas han sido capaces de generar, son la expresión de una maldad cuyas consecuencias han quedado claras para todos, un error del pasado del que es necesario aprender para evitar caer de nuevo el él. Indudablemente, el pueblo chino conserva en su memoria colectiva la experiencia de la segregación y las vejaciones sufridas, al igual que muchos europeos, judíos y no judíos, la conservan. Porque en Europa, en la Europa que antaño consentía que ese cartel se exhibiera en los lejanos territorios orientales de China, se volvieron a escribir, años después, otros carteles que convertían al propio pueblo europeo en víctima de esas ideas fanáticas y repudiables. Por eso, hoy en día un cartel así sería imposible de presenciar en la vieja Europa, demasiado dolida ya consigo misma, demasiado temerosa de sí misma, a la que aún le queda en los ojos un reflejo del horror. Ningún judío, ningún homosexual, ningún comunista, aceptaría que en las calles de su ciudad se pudieran leer carteles prohibiendo la entrada a un local de aquellos que los masacraron. El recuerdo, demasiado vivo aún, de lo que nadie, independientemente de quién fuera o qué hubiera hecho, tendría que verse obligado a sufrir, les haría sin duda estremecerse del horror.
Entonces, ¿por qué en la nueva China son posibles este tipo de expresiones? ¿Es esta China demasiado nueva, a pesar de todo, demasiado inconsciente de sí misma y de su historia? ¿O es inconsciente más bien de su futuro, como antes lo fuera la vieja Europa? Realmente, tampoco hay que dramatizar. No creo que esta actitud sea común ni mucho menos al conjunto de la sociedad china ni que los ciudadanos chinos en general vean con buenos ojos estas duras manifestaciones antijaponesas, y a pesar del profundo y comprensible malestar que provoca entre los chinos la sola mención de aquellos años de horror, la sociedad china está muy lejos de levantar las antorchas contra el pueblo japonés.
Pero no por ello el asunto deja de revestir una enorme seriedad, y es necesario atajarlo sin dudar. Porque el hecho de que este tipo de manifestaciones no despierten alarma ni críticas generalizadas en China no indica sino que se justifican de alguna manera, o, en todo caso, que no provocan el rechazo que se esperaría provocaran entre la población. Hay gente que come en ese lugar cada día, cuando a mí la mera idea hace que se me revuelva el estómago.
Hay algo, sin embargo, que resulta esperanzador, y es que, hace unos meses, en lugar de la discreta pintada que se puede ver hoy en la pared gris, lo que había era un impactante cartel en caracteres rojos sobre fondo blanco que casi podríamos calificar de publicitario. O alguien ha ido a denunciar la existencia de ese cartel, o las autoridades mismas han tomado la iniciativa de retirarlo. Aún así, en muchos otros lugares, como puede comprobarse fácilmente con la ayuda de Internet, esto no ha ocurrido así.
La historia ha demostrado cuál es el riesgo que conlleva el cultivar estas fobias entre el pueblo o mostrarnos indiferentes ante su existencia. Es preciso, por el contrario, combatirlas y fomentar el rechazo de la sociedad hacia ellas. Recordando precisamente la controvertida postura del gobierno japonés ante la masacre que sus tropas perpetraron en territorio chino, sólo se me ocurre pensar que tan peligrosa es la indulgencia de unos como la de otros.
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Los chinos no odian a los japoneses, pero no los perdonan
Por Rocío Huang
¿De dónde viene el odio de los chinos a Japón?
La razón más directa del odio de los chinos a Japón se debe a la invasión y la cruel masacre por parte del país insular durante la segunda Guerra Mundial. Las cicatrices de la historia siguen abiertas. Sólo ha pasado medio siglo desde la guerra, y la herida y humillación sufrida por una nación no es fácilmente olvidable en un plazo tan corto de tiempo, mucho más cuando muchas víctimas y sus familiares siguen vivos hoy día.
Quizás los europeos dicen que también experimentaron las guerras y los judíos sufrieron una masacre inhumana, ¿por qué no levantan la bandera contra Alemania?
Obviamente, el origen y desarrollo de este sentimiento nacional tiene razones más profundas y complicadas. La situación de China y Japón es diferente de la europea. En primer lugar, en el aspecto de la actitud y el conocimiento, Europa reflexionó profundamente tras la segunda Guerra Mundial y las ideas antibélicas y antifascistas tienen el apoyo de los pueblos. Los principales países fascistas confesaron sus crímenes y ofrecieron compensaciones sustanciales. Pero en Japón, el resultado es diferente. Debido a la intervención estadounidense, la raíz del militarismo no ha sido erradicada completamente en ese país. Por el momento, se conserva el sistema imperial y las fuerzas militaristas dentro del país todavía son fuertes. Los principales campos de batalla estaban en China, Corea del Sur y Corea del Norte. Japón nunca ha confesado ni ha pedido disculpas a los pueblos de estos países por lo que hizo, ni los ha compensado por ello. Los líderes japoneses incluso hacen ofrendas cada año a los soldados japoneses muertos en la guerra en el Santuario Yasukuni, el de más alto rango de este tipo en Japón, lo que provoca la indignación y condena de los países asiáticos. Si algo parecido ocurriese en Europa, con los líderes alemanes, a los cuales el pueblo alemán expresa su apoyo en las urnas, celebrando de vez en cuando actividades en memoria de Hitler, ¿acaso Alemania no se convertiría en “el blanco de todas las flechas” de todo el mundo? y ¿los demás europeos no llevarían a cabo protestas?
En segundo lugar, la guerra de invasión de Japón ha dejado muchos problemas, y la actitud japonesa a este respecto es inaceptable. Más de medio siglo después de la segunda Guerra Mundial, por ejemplo, en China todavía se conservan muchas armas químicas, biológicas y bacteriológicas, que siguen dañando la vida del pueblo chino. En 1998, el escritor chino Jin Lei descubrió que en China había 2 millones de bombas químicas sin destruirse y que seguían perjudicando de forma directa a más de 2.000 chinos después de la guerra. Si hubiera un pueblo europeo envenenado en el que los niños corren el peligro de resultar heridos o muertos debido a las armas químicas al tocarlas inesperadamente al jugar, ¿cómo responderían los europeos? Por otro lado, las mujeres chinas que los japoneses utilizaron para su solaz, y que ahora ya tienen 80 o 90 años, pidieron varias veces disculpas de Japón en los tribunales japoneses. Sin embargo, hasta el momento, todavía no han recibido un tratamiento justo. Lo mismo que los obreros chinos que fueron obligados a trabajar en Japón. Es una historia llena de sangre y lágrimas. No nos han dado ni una disculpa, lo cual es inaceptable para una nación. Por eso, se puede decir que el sentimiento que tienen los chinos ante los japoneses no es el odio, sino la indignación.
En consecuencia, Japón es el país que debe reflexionar sobre sus acciones, y no China ni otros países asiáticos víctimas de las mismas. Si en Asia sigue existiendo la sombra de la guerra, es contra Japón contra quien hay que mantenerse en guardia, no contra las palabras de algunos chinos.
Influencia del entorno político y económico y la opinión pública al sentimiento de odio a los japoneses
La formación de un sentimiento nacional no puede separarse de la influencia de la opinión pública, y esta última depende de los cambios en la situación política y económica del país. En los últimos años, el sentimiento de los chinos frente a los japoneses ha experimentado varios cambios, derivados de los cambios en la realidad de China y de las relaciones políticas y económicas sino-japonesas. A medida que crecen las fricciones políticas y económicas entre ambos países, se agudiza el sentimiento de odio y, por el contrario, se alivia el odio al estrecharse los contactos económicos. He aquí dos ejemplos típicos ocurridos en los últimos años:
Entre el marzo y abril de 2005, ocurrieron manifestaciones y protestas contra Japón en muchas partes de China, sobre todo en Shanghai y Beijing, con la participación de decenas miles de personas. Fueron las mayores manifestaciones de China desde la década de los 1990. Antes de las manifestaciones, Internet y otras herramientas de comunicación jugaron un papel importante, y entre los jóvenes chinos, se formó una gran corriente de opinión que fue la causante directa de las manifestaciones. La razón de las protestas fue el descubrimiento de que la editorial Fusosha de Japón adulteró la historia en los manuales de enseñanza de sus escuelas, al mismo tiempo que Japón intentaba conseguir un puesto de miembro permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Las relaciones sino-japonesas se encontraban en el punto más conflictivo desde su establecimiento hace 33 años, y el periodo recibió el apelativo de “el invierno severo” de los vínculos bilaterales.
En 2007, los altos líderes de China y Japón realizaron frecuentes visitas mutuas, y las relaciones bilaterales se recuperaron. La opinión pública de China también favoreció la mejora de los vínculos. Por ejemplo, en la prensa china, había muchos reportajes sobre los préstamos de bajo interés que Japón ofrecía a China, entre otras informaciones positivas que elevaban la buena imagen de los japoneses en el corazón de los chinos. Por otra parte, se extendía la antipatía y hostilidad hacia los coreanos, lo que debilitaba el odio contra Japón.
Cómo opinan los chinos sobre estas palabras
Señora Tian, 22 años: es un acto superficial. Podemos impedir a los japoneses entrar en las tiendas, pero no tiene ningún significado.
Señor Liu, 33 años: refiriéndose al consumo, las palabras son discriminatorias, incivilizadas, e injustas. Visto de otro ángulo, puede ser una propaganda excesiva.
Señor Wang, 40 años: Siendo un ciudadano chino, no puedo olvidar la invasión de Japón, ni la masacre. El olvido equivale a la traición. No creo que esta acción sea incorrecta.
Señor Du, 55 años: creo que no es un acto apropiado, aun cuando no me gusta Japón. Ha cambiado la época, y se convertirá en un asunto político si se sigue extiendo. Japón y China no tienen unas relaciones tan amistosas, y esto es perjudicial para los chinos, ya que las dos economías dependen la una de la otra. En mi opinión, la acción es un poco inmadura, y desaprobarla no significa que me olvide de la historia de nuestra patria, que es algo que existe objetivamente.