Por Chen Longxiang
La tarea crucial de China en las conversaciones internacionales sobre el cambio climático es el conseguir un reparto igualitario de los derechos de emisión que garantice sus intereses de desarrollo y derechos humanos básicos, afirma Ding Zhongli, un reconocido geólogo y vice-presidente de la Chinese Academy of Sciences (Academia China de las ciencias) en una entrevista concedida al periódico chino China Daily.
A la hora de asignar los derechos de emisión (cuotas de emisión) para los diferentes países, las propuestas de reducción del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), el G8 y la OECD (Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo) no han tenido en cuenta que las emisiones por cápita acumuladas por los países desarrollados a lo largo de la historia moderna (desde1900 a 2005) han sido 7,54 veces mayores que las de los países en vías de desarrollo.
Asignaban a los países desarrollados entre 2,3 a 6,7 veces más cuotas per cápita de emisiones futuras que a aquéllos en vías de desarrollo, lo cual irá en detrimento del desarrollo e interés de los países pobres.
Debido a las gigantescas diferencias en la cantidad de emisiones acumuladas a lo largo de la historia y la base actual de las cuotas de emisiones, tomar en consideración cuánto ha reducido las emisiones cada país para intentar controlar la concentración atmosférica de CO2 evidenciaría las diferencias históricas en las emisiones, así como las diferencias por cápita, lo cual ha dado lugar a un resultado injustificado, afirma Ding.
En su informe sobre las principales propuestas para la reducción de las emisiones de carbono y cuestiones relacionadas publicada en la publicación de febrero de la revista "Science in China", Ding analizaba la trampa que subyace en el diálogos sobre la reducción de emisiones.
El truco está en: primero, demostrar el alto grado de sensibilidad de la temperatura global a la concentración atmosférica de CO2; segundo, hacer hincapié en el impacto catastrófico del calentamiento global en la biosfera y en los humanos; tercero, haciendo el juicio de valor de que el grado en que la temperatura global ha venido aumentando desde la Revolución Industrial debería ser controlado por debajo de los 2 grados durante este siglo; cuarto, calculando que la concentración atmosférica de CO2 equivalente no debería sobrepasar las 150 partes por millón y volumen dentro del modelo de 2 grados; quinto, definiendo las responsabilidades de los países en vías de desarrollo en términos de reducción de emisiones a largo plazo; y sexto, fijando la cuota de reducción de emisiones a largo plazo de los países en vías de desarrollo
La clave es que una vez establecido el objetivo de concentración de 450 ppmv las emisiones permitidas de emisiones provenientes de la combustión de combustibles fósiles y producción de cemento de 2006 a 2050 sean establecidas en consonancias.
Aunque tanto la tierra como los océanos siguen absorbiendo el 45% de las emisiones de carbono, el total de las emisiones que el mundo entero podría descargar está alrededor de 255.11 GtC (miles de millones de toneladas métricas de carbono). En cuanto al total de emisiones, sin embargo, después de que los países desarrollados determinasen su proporción de reducción, a los países en desarrollo les queda poco espacio para ejercer su libertad de emisión.
Los países en desarrollo podrían nos ser plenamente conscientes de la “trampa”. Por ejemplo, algunos negociadores de los países en desarrollo llevan tiempo insistiendo en que los países desarrollados deberían recortar sus emisiones en un 40% para 2020 en comparación con los niveles de 1990. De hecho, aunque los países desarrollados pudiesen o de hecho consigan dicho objetivo, la cuota de emisiones que queda a los países en vías de desarrollo sigue siendo muy limitada, afirma Ding.
Así pues, dichas propuestas (incluyendo la del IPCC, la del G8 y la de la OECD) han violado los principios internacionales de justicia y equidad y también van en contra del principio de “comunes pero diferentes responsabilidades” aprobado por la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y el Protocolo de Kioto. Dichas propuestas no tiene legitimidad para ser la base de ulteriores negociaciones internacionales sobre el cambio climático.
Como país más poblado del mundo, es normal que las ratio y forma de emisiones de China preocupen al resto del mundo. Sin embargo, ni que decir tiene que china se esfuerza por conseguir la igualdad de emisiones, dadas las enormes brechas de desarrollo entre sus diferentes regiones, su numerosa población pobre, su rápida industrialización y la tasa de urbanización actual de alrededor del 45%.
No obstante, según las tres propuestas, China debería recibir una cuota de emisiones menor de 20 años, lo cual significa que para 2026 como muy tarde, China tendría que comprar derechos de emisión de terceros países. Y lógicamente China no puede aceptarlo. Este es el quid de la cuestión e la imparcialidad en la distribución de los derechos de emisión.
Sin duda el mundo es el sistema común de la humanidad y la atmósfera es un recurso público compartido por todos. Es un derecho natural común a toda la humanidad en el uso o distribución de cualquier sustancia, como también en la composición emitida por la actividad antrópica que debería reflejar asimismo el principio de imparcialidad. Así pues, al debatir sobre los derechos de emisiones futuras, las emisiones por cápita acumuladas históricamente por cada país que ha emitido CO2 deberían ser tomadas en cuenta, y el cálculo de la cuota de emisiones de cada país debería ser extraído de acuerdo a las mismas.
Como potencia mundial responsable, China podría recurrir al tema de las “emisiones acumuladas por cápita” en las negociaciones. Si la comunidad internacional puede adherirse de verdad a los principios de justicia y equidad y controlas las emisiones de carbono por medio de cuotas acumulativas, China podría no sólo luchar para conseguir más derechos de emisión, sino también romper las cadenas que le vienen impuestas por otras naciones, estableciendo además una imagen de potencia responsable y de confianza en las relaciones internacionales.