Por Manuel Pavón Belizón (artículo y fotografías)
Antes de conocer un lugar, nos hacemos una idea previa, y esa imagen anterior está forjada por todo lo que hemos oído, las imágenes y fotografías que hemos visto y los libros que hemos leído.
En el caso de China, la imagen que tenía antes de conocer el país en persona era la de un territorio extenso atravesado constantemente por trenes. Así se me antojaba el país, sobre todo tras haberme zambullido en un libro de viajes de Paul Theroux llamado ‘En el Gallo de Hierro’, en el que el autor norteamericano narraba sus peripecias y vivencias en los trenes de China, las anécdotas y los personajes con los que se iba encontrando, los lugares que visitaba, las dificultades, penurias y satisfacciones del viaje... Todo ello creó en mi mente una suerte de tela de araña a la que se iban adhiriendo irremediablemente todos los datos que me llegaban sobre China, que yo siempre procuraba encajar en la imagen del país descrita en ese libro.
Y así es; China es, entre otras cosas, un país de trenes. El número de vehículos privados y la mayor accesibilidad del transporte aéreo quizá hayan puesto en entredicho el liderazgo del ferrocarril como medio de transporte de pasajeros, pero basta con una visita a una estación china para cerciorarse de que el tren sigue estando en el centro.
La mayoría de las ciudades medias chinas bullen alrededor de una estación de ferrocarril y sus alrededores suelen ser las zonas más vivas y agitadas de las ciudades, que laten al compás de las llegadas y las salidas de los trenes.
Para tomar un tren en China uno debe seguir una serie de pasos, como si se tratara de un rito: el control de seguridad, buscar el tren y el andén en el laberinto de la pantalla led, llegar a la sala de espera, subir al tren entre la gente que corre para hacerse con un buen sitio para depositar sus a menudo abultados equipajes...
El ambiente de las estaciones chinas tiene algo de enorme bazar, incluso festivo en ocasiones, en el que se ofrece al viajero todo lo que necesite para el trayecto y más. Porque en China la duración de los viajes está a la altura de la extensión del país. Lo más frecuente es pasar unas siete horas en un tren chino y hay trayectos que se extienden hasta superar las 20 horas.
Tantas horas de viaje dan para mucho. Lo más obvio, los paisajes que van escurriéndose horizontalmente por la ventanilla, desde zonas de montañas y vegetación exuberante, el ocre de las zonas secas, las ciudades resplandecientes con sus luces de colores o mortecinas con sus anodinos edificios.
Pero eso ocurre al otro lado de la ventanilla. Dentro del vagón uno puede asistir también a un verdadero espectáculo. En otros países los viajes en tren suelen estar marcados por la irrelevancia, los viajeros se sientan y se limitan a esperar la llegada al destino. Pero en China, los vagones de un tren están llenos de gestos, historias y curiosidades.
La gente charla, ríe, juega a las cartas... La misma imagen que puede verse en muchos pequeños bares y restaurantes de las ciudades chinas pero dentro de un vagón de tren, un contraste enorme con los viajes en, pongamos, Europa, donde esos espacios asépticos e impersonales que suelen ser los vagones de tren no dan lugar a este tipo de atmósfera animada.
Durante el trayecto es más que posible que los compañeros de asiento se enzarcen en una intensa charla sobre los más variados temas (he llegado a escuchar debates sobre la ‘relación entre el nivel de desarrollo de un país y la velocidad de los trenes’). Si el viajero va solo (y ni que decir si es extranjero y habla algo de mandarín) será irremediablemente interpelado por sus compañeros de asiento, que mostrarán un amistoso interés en conocer aspectos de su vida como su nacionalidad, estado civil, ingresos, etc.
Llegado cierto momento, muchos viajeros se pondrán en pie y comenzarán a acudir en un flujo constante a la máquina de agua caliente con la que cuentan todos los trenes chinos, para prepararse sus fideos instantáneos. El vagón se llena del aroma que emana de los cuencos de cartón y el sonido de los sorbos como una caótica sinfonía inunda este espacio en movimiento.
Y cada vez que el tren llega a una estación, los andenes se llenan de vendedores con sus carros que zarandean sus productos a través de la ventanilla.
Pero el carácter de China como ‘país de trenes’ alcanza su apogeo, indudablemente, durante las fiestas del Año Nuevo Chino. Millones de personas regresan a sus hogares y el tren es el medio más común para desplazarse. Las estaciones y negocios de venta de billetes registran grandes colas a sus puertas y las filas llegan a llenar las explanadas de las estaciones, con algún que otro revendedor pululando entre las filas.
Curiosamente, todo esto forma ya parte de la tradición, del paisaje de cada año, y es imposible imaginar el Festival de la Primavera sin todo este alboroto que crea ríos de tinta y dota de contenido a los telediarios de la estatal CCTV.
La vitalidad de China como sociedad se concentra en los vagones de tren que salen y llegan sin descanso de las innumerables estaciones que llenan el país. Esa alegría y energía que caracteriza a los chinos es completamente visible en los trenes y estaciones, en lo que hacen y en cómo interactúan.
Quizá la época de Año Nuevo Chino no sea la más indicada para viajar por el país, pero en periodos menos tumultuosos, viajar por China en tren siempre es un placer ineludible.