Parte de los millares de personas que visitaron la antigua ciudad de Beichuan en la conmemoración del aniversario del terremoto del 12 de mayo. [John Sexton/China.org.cn]
Se contaban por decenas de millar; los desconsolados, los comprensivos, los patriotas y los curiosos. Hacia las 9.00 am, el camino hacia Beichuan quedó bloqueado por autobuses y camiones de todo tipo, por coches y taxis y, sobre todo, por incontables motocicletas, buena parte cargando a tres personas, a menudo una familia o cuatro. Los cláxones sonaban estrepitosamente. Sin embargo, a pesar del colapso del tráfico, el ambiente no se sentía nada crispado.
La multitud sentía una mezcla entre espíritu de de culto y de vacaciones que confería a dicha travesía de aniversario el carácter de una peregrinación religiosa al estilo medieval. Llegaban de cualquier rincón de los alrededor de la provincia de Sichuan, de cualquier parte de China, para ver lo que queda de la ciudad símbolo de la destrucción causada por el terremoto del 12 de mayo.
El camino hacia el casco antiguo estaba delimitado por vendedores ambulantes de crisantemos y del papel moneda que los chinos suelen quemar como ofrenda a los espíritus de los fallecidos, así como pieles, carne de caza seca de aspecto espantoso y otras especialidades locales.
A cien metros de la entrada al casco antiguo se encuentran los tristes restos del Colegio nº1 de Beichuan, donde cercad e 1000 estudiantes murieron hace un año.
Una canasta de baloncesto encima de una maraña de bloques y vigas de hormigón recuerda a los jóvenes que perdieron la vida aquél día.
El camino serpentea a lo largo de la empinada ladera de la montaña, pasando por una zona de corrimiento de tierras, entre las ruinas de la antigua ciudad. En el camino, lindando con las ruinas, la gente encendía velas e incienso y quemaba papel moneda y artículos de uso diario. El día anterior, vi a una joven quemar una camiseta, una corbata y un reloj de pulsera a modo de ofrenda a su familiar pedido. Un hombre de cerca de treinta y cinco conversa íntimamente con un ser querido fallecido.
Los plañideros intentan acercarse al máximo a sus anteriores viviendas y demás lugares donde sus seres queridos perdieron la vida, a pesar del precario estado de las ruinas. Una vez encuentran el lugar se dedican principalmente a sentarse y restar en silencio. Por doquier, personas mayores hurgan entre los huecos que dejan las ruinas para recoger botellas de plástico para vender al reciclaje, pues la vida debe continuar.
En el centro de la ciudad, bloques enteros de pisos ladeados por enormes pedruscos y se tienen en pie formando ángulos irracionales. En algunos lugares las rocas gigantes parecen haber perforado y hecho agujeros en los edificios, para después deslizarse rodando hasta el tranquilo lago que hay en el centro del valle de Beichuan. Algunos edificios sencillamente se derrumbaron, convirtiéndose en pilas de masonería. Entre las rocas, los bloques de pisos y escuelas derruidas, yacen miles de cuerpos irrecuperables. Beichuan es una fosa común.
En todas partes se consiguen divisar los interiores de los edificios. Me paré a observar un comedor cuyos accesorios de iluminación salieron ilesos, así como un calendario colgando de la pared trasera y un cuadro de un lago rodeado de bosques. Un poco más allá se ven las estanterías y puestos de caja del supermercado. El Gran Hotel de Beichuan todavía se mantiene en pie en la orilla del lago aunque las columnas de uno de los lados quedaron partidas en un chasquido, como el que se hace al separarlos los palillos. En la colina del centro de la ciudad hay una comisaría de policía derruida. La devastación, las masas y el sentimiento de las vidas de gente corriente arrancadas de cuajo, parecen convertir a Beichuan el 12 de mayo en una moderna Pompeya.
El continuo sonido de los fuegos artificiales lanzados mediante intervalos de escasos minutos que resuenan a lo largo del lago y valle intensifica el silencio.