Científicos norteamericanos advirtieron hace poco que el globo terráqueo sufriría en 2012 una poderosa tormenta solar, cuya capacidad devastadora sería mucho mayor que el huracán “Katrina”, y ningún ser humano se escaparía apenas a su impacto catastrófico.
A medianoche del 22 de septiembre de 2012, aparecería un telón óptico colorido en el cielo sobre Manhattan de Nueva York, Estados Unidos. En la región sureña como esta ciudad, raras personas podrían ver este fenómeno fascinante de aurora polar. Sin embargo, el sentimiento agradable de la gente, generado de la contemplación de esta escena maravillosa, no duraría mucho, pues varios segundos después los focos eléctricos de esta zona empezarían a oscurecer y centellear y, de repente, volver a relucir de manera extraordinariamente brillante. Acto seguido, sucedería un apagón general. Al cabo de 90 segundos, se cortaría el suministro de electricidad en todo el este del país. Un año más tarde, millones de norteamericanos empezarían a morir y todas las instalaciones infraestructurales de la nación se reducirían a escombros. El Banco Mundial anunciaría que Estados Unidos se haya convertido en un país en vías de desarrollo. Al mismo tiempo, Europa, China, Japón y otros países y regiones forcejearían, igual como Estados Unidos, en esa catástrofe. El origen de ese desastre provendría de una violenta tormenta que ocurriría en la superficie del sol, a una distancia de 150 millones de kilómetros de nuestro planeta.
Este cuento parece algo absurdo, porque en condiciones ordinarias el sol no causa tan colosal desastre a la Tierra. No obstante, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos emitió en enero de 2009 un informe especial, prediciendo que tal catástrofe es completamente probable.
Los científicos norteamericanos advierten que una intensa tormenta solar de 2012 provocaría un enorme desastre a la humanidad, ejerciendo un impacto a cada aspecto de la sociedad moderna. Se puede imaginar que, cuando la red eléctrica se vuelva frágil e inestable, los sectores íntimamente vinculados con la industria eléctrica se convertirían en víctimas: Cuando los refrigeradores dejen de funcionar, gran cantidad de alimentos y fármacos en los frigoríficos se deteriorarían por falta de condiciones de preservación, y cuando las bombas suspendan de súbito el trabajo, la población de las comunidades carecería de agua potable. Además, debido a la interrupción de señales satelitales, el sistema de GPS no valdría nada. En realidad, ocurrió en 1859 un incidente similar, en el cual las líneas telegráficas se quemaron debido a un estallido solar. Desde luego, si bien las instalaciones de transmisión por cable e inalámbrica cubren hoy todo el mundo, serán difíciles de pasar por la prueba de un ataque sorpresivo de la tormenta solar.