El ex presidente de México, Lázaro Cárdenas, y el presidente de China, Mao Zedong, tras una reunión celebrada el 22 enero de 1959. 

Pero al entusiasmo generado por los líderes de una administración y a la definición de estrategias políticas acordes con los tiempos –que seguramente las hay--, hay que agregar la formación de una estructura diplomático institucional que estimule el desarrollo del aprendizaje y procure la permanencia del conocimiento, una estructura amplia, sólida y nutrida que no responda al arrebato, a la pasión o a las buenas intenciones, sino a la creación de un marco teórico científico que permita el desarrollo de políticas coherentes y que aproveche eficazmente la sinergia de momentos inusuales para conseguir la materialización del interés nacional.

Las instituciones diplomáticas de la República Popular China dedicadas a la vinculación con otros países, oficiales, semioficiales y no oficiales, no tienen parangón en México. Nacida en un entorno internacional hostil, acosada por potencias extranjeras e ignorada por el continente americano desde su fundación el 1º de octubre de 1949, China desplegó una estrategia dedicada al desarrollo del aprendizaje y a la generación de conocimiento 20 años antes del establecimiento de relaciones diplomáticas con México.

Al verse inutilizada su cancillería por no contar con relaciones diplomáticas oficiales con países del continente americano, China fortaleció la proliferación de instituciones para fomentar, por un lado, la diplomacia popular o pública, y por otro lado, la diplomacia entre partidos políticos. En momentos de guerra, de pobreza, de hambruna o de fanatismo revolucionario, China invirtió desde 1949 enormes sumas para instruirse, acumular información y formar a una camada de expertos que servirían de pilares años después para el despliegue de una política exterior coherente, racional y activa hacia México y hacia otros estados latinoamericanos.