Los occidentales que estudian las preferencias de las chinas informan invariablemente su predilección por piezas ornamentales suntuosas como lentejuelas, perlas y bordados, y su poco interés en lo minimalista. La preferencia en lo enternecedor tampoco puede faltar. Rizos, cordones, mangas y encantadores animales se conjugan en un toque de romance y jugueteo que a menudo desconcierta a aquellos que no pertenecen a Asia. Y lo que puede ser a primera vista una expresión de valentía para atraer a la sexualidad en un entorno de tacones altos y minifaldas con estampados de piel de leopardo resulta, en realidad, una pequeña estrategia para parecer más altas. Pero estas observaciones, si bien relevantes, no constituyen un patrón constante que comparten las consumidoras de la moda.

El mercado de la moda de China se ha triplicado en los últimos diez años, y ha llegado a los 67 mil millones de dólares en 2012, según un informe publicado recientemente por AT Kearney. Y con este extraordinario desarrollo económico viene aparejado también un cambio en ese paisaje emocional y cultural del país que, a su vez, ha conducido a cambios en la preferencia de estilos. Otrora monolítico, el mercado de la moda femenina en China se fragmenta junto con líneas generacionales en tres marcado grupos: los hijos de la revolución, los hijos de la reforma y los hijos del milagro económico.