Las elecciones en Honduras señalan una nueva ruta en ese pequeño país que vive bajo la sombra de un golpe de Estado que llegó a resquebrajar la democracia de apenas 29 años.

Desde el 28 de junio que el presidente constitucional, Manuel Zelaya, fue derrocado, Honduras no es igual, su población se ha dividido y la cuestión imperante es si los comicios serán el bálsamo que cure las heridas.

El país se ha desangrado en una división interna sin precedentes: Los que apoyan al presidente depuesto y los que quieren olvidar lo sucedido y conformar un nuevo gobierno como si nada hubiera ocurrido.

La esperanza del gobierno de facto y de muchos hondureños es que los comicios sean la clave para solucionar la crisis, pese a que desde un inicio, el golpe de Estado fue condenado y aun ahora rechazado por la mayor parte de la comunidad internacional.

Al parecer, los últimos llamados de Zelaya para que se desconozcan las elecciones, han valido poco.

Países como Estados Unidos --principal aliado de Honduras--, se han hecho de oídos sordos, y por el contrario hablan de respetar y legitimar los resultados.

El embajador norteamericano en Honduras, Hugo Llorens, dijo que "sabemos que el proceso electoral hondureño tiene mucha legitimidad, porque fue un proceso adoptado desde antes del 28 de junio, que tienen candidatos legítimos que fueron escogidos en procesos de elecciones primarias del año pasado".

Igual posición han tomado países como Panamá, Colombia e Israel que se han ido de frente a apoyar los comicios y enviar observadores que representan a su gobierno.

Lo sorprendente es que el mediador en la crisis, el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, quien exigía la restitución de Zelaya, dijo a la cadena CNN que desconocer al ganador de los comicios en Honduras sería aun más dañino para ese país.

A la vez llamó a la comunidad internacional a la "cordura" y la instó a reconocer los resultados de las elecciones.

Otras naciones han mantenido cautela y esperan que las elecciones sean transparentes para reconocerlas y restablecer sus relaciones.

Mientras que la OEA dio una señal clara de desconfianza del proceso al no enviar observadores.

Lo paradógico es que el país no tiene presidente, el gobernante constitucional está refugiado en la embajada de Brasil en Tegucigalpa hace dos meses y el de facto Roberto Micheletti se ausentó durante una semana.

La estrategia del de facto gobierno es simple: Lograr unas elecciones masivas, sin incidentes para validar el proceso ante los ojos internacionales que se han mantienen escépticos.

Con todo, la falta de garantías de las elecciones y el escepticismo en la población por la inseguridad, hace pensar que el de facto gobierno no tiene el sartén por el mango.

El golpe de Estado, será el gran elector en los comicios y tal parece que inclinará la balanza entre los votantes para que la comunidad internacional termine reconociendo a Honduras o que la crisis se profundice y provoque mayor confrontación entre la población que ya está harta de tanta confrontación. Fin