Antes de la reforma democrática de 1959, el Tíbet vivió bajo el yugo del sistema teocrático de servidumbre feudal. La clase de propietarios de siervos compuesta por la familia gobernante, la aristocracia y los monjes de capa superior de los monasterios, todos ellos considerados como tres tipos de propietarios, ejercía sobre los siervos y esclavos una opresión política y una explotación econó- mica extremadamente crueles. El pueblo del Tíbet sufría profundas y pesadas penurias y apenas lograba subsistir, mientras la sociedad tibetana se hundía en la extrema pobreza y el atraso, el encierro y la decadencia.
–Estructura social teocrática al estilo de la Edad Media. Respecto a la estructura social del viejo Tíbet, el reportero de guerra británico Edmund Candler, quien estuvo en Lhasa en 1904, realizó una detallada descripción en su libro La verdadera faz de Lhasa. En su obra, Candler expresa que en el Tíbet de entonces, “el pueblo queda aún en tiempos de la Edad Media. Eso se ve no sólo en su régimen político y en su religión, sino también en los severos castigos a que son sometidos los siervos y esclavos, en la hechicería, en el niño de la reencarnación, así como en las torturas con llamas vivas o en aceite hirviendo, además, sin excepción en todos los aspectos de su vida cotidiana”. Las características más evidentes del sistema social del viejo Tíbet radicaban en que se integraban los poderes políticos y religiosos, las capas superiores religiosas y los monasterios contaban con enorme fuerza, siendo los principales gobernantes políticos del Tíbet y también princi- pales propietarios de siervos, poseían numerosos privilegios políticos y económicos y controlaban la vida material y espiritual de la gente. En La verdadera faz de Lhasa, Candler dice que “en este lugar se practica el sistema feudal. Los lamas son súper- soberanos y los campesinos sus esclavos… Las poderosas fuerzas monacales lo controlan todo. Aún cuando se trata del mismo Buda, sin los monjes nada puede hacer”. Según estadísticas, antes de la reforma democrática del Tíbet habían 2.676 monasterios, 114.925 monjes, de ellos unos 500 monjes de capa superior, incluidos los budas vivientes grandes y pequeños, los monjes que manipulaban el poder económico real superaban la cifra de 4.000. En el Tíbet de entonces, alrededor de un cuarto de los varones eran monjes. Los tres principales monasterios, Drepung, Sera y Ganden, contaban con 16.000 monjes, quienes ocupaban 321 fincas, más de 147.000 khu (un khu equivale a una quinceava parte de una hectárea) de tierra, 450 granjas ganaderas, 110.000 cabezas de ganado y más de 60.000 campesinos y pastores siervos. Las fuerzas religiosas, bajo el sistema teocrático, se engrosaron de modo galopante, consumieron gran cantidad de recursos humanos y la mayoría absoluta de la riqueza material, subyugaron la mente de la gente y se convirtieron en yugos pesados que obstaculizaban el desarrollo de las fuerzas productivas. Charles Bell, represen- tante de comercio británico en Lhasa durante la década del 20 del siglo pasado, escribió en su libro Biografía del Dalai Lama XIII que la causa por la cual el Dalai Lama podía aplicar a su antojo premios y castigos radicaba en su posición en el sistema teocrático, pues él manipulaba el poder de la vida presente y “futura” de los siervos y los chantajeaba. El tibetólogo norteame- ricano Melvyn C. Goldstein señaló que “en el Tíbet la sociedad y el gobierno colocaban las metas y los actos religiosos por encima de todo sistema de valor… El poder y los privilegios de la religión y los grandes monasterios desempeñaron un papel primordial en la obstaculización del progreso”. Dijo, además, que la religión y el grupo de monasterios constituían un “pesado yugo para el progreso de la sociedad tibetana… Precisamente debido al factor de que toda la etnia es creyente y el líder religioso maneja los poderes político y religioso, el Tíbet ha perdido la capacidad de adaptarse al ambiente y la situación de cambios constantes”.
–Los tres propietarios ocupaban la mayoría absoluta de los medios de producción. Todas las tierras cultivadas, granjas ganaderas, bosques, montañas, ríos, así como la mayor parte del ga- nado eran propiedad de los gobernantes, los aristócratas, los monjes de capa superior de los monasterios, o sea, los tres propietarios principales, y sus agentes, que representaban el 5% de la población tibetana. Los “trampa” (cultivaban una porción de tierra y reali- zaban servicios para los propietarios de siervos) y los “duchung” (“pequeñas familias con chimenea”) eran siervos, no tenían medios de producción ni libertad personal y mantenían la labranza de tierras en porción, representando alrededor del 90% de la población del Tíbet. El restante 5% de la población, “nangsan”, eran esclavos y considerados como “herramientas que hablaban”. Conforme a datos estadísticos de comienzos de la dinastía Qing, en el siglo XVII, el Tíbet contaba con unos tres millones de khu de tierra cultivada: el 30,9% estaba ocupada por el gobierno local feudal, el 29,6% por los aristócratas y el 39,5% por los monasterios y los monjes de capa superior. Este monopolio de las fuerzas y medios productivos no cambió nada en los años previos a la reforma democrática. Según datos estadísticos, antes de la reforma, la familia del Dalai Lama XIV poseía 27 fincas, 30 granjas ganaderas y contaba con más de seis mil campesinos y pastores siervos; cada año robaba de los siervos más de 33.000 khu (un khu equivalía a 14 kg) de qingke (una variedad de cebada de la altiplanicie), más de 2.500 khu de mantequilla, más de dos millones de liang de plata tibetana, 300 cabezas de ganado mayor y ovino y 175 rollos de paños de lana. En 1959, el mismo Dalai Lama XIV tenía 160.000 liang de oro, 9.500 liang de plata, más de 20.000 piezas de joyas y jade, más de 10.000 piezas de satén, preciosos vestidos de piel, de ellos más de cien ponchos con incrustaciones de perlas y piedras preciosas valorados en varias decenas de miles de yuanes.
–Los tres propietarios principales se apoderaban de la persona de los siervos. El gobierno local del viejo Tíbet estipulaba que los siervos debían permanecer atados en la tierra de la finca del propietario al que pertenecían, sin abandonarla por su cuenta, e incluso se les prohibía escapar. Los siervos se subordinaban de generación en generación a los propietarios y eran atados en la tierra de las fincas de los propietarios. En caso de que las fuerzas humanas y animales fueran capaces de cultivar tierras, debían sin excepción labrar esas tierras como servicio, además de ofrecer otros servicios obligatorios. Una vez que los siervos perdían la capacidad laboral se les retiraba el ganado, las herramientas laborales y la tierra de servicio y se convertían en esclavos. Los propietarios se apoderaban de la persona de los siervos, de quienes disponían como propiedad privada, usándolos hasta en apuestas en los juegos de azar, en la compraventa, en la transferencia, como regalos, en la hipoteca y en los intercambios. En 1943, el aristó- crata Trimon Norbu Wanggyel vendió 100 siervos al funcionario monacal Losang Tsultrim de Katsug Kangsa, de la zona de Drigung, a 60 liang de plata cada uno (15 liang de plata tibetana equivalían a una moneda de plata); además, regaló 400 siervos al monasterio Kundeling para cancelar una deuda de 3.000 phun de plata (un phun equivalía a unos 50 liang de plata tibetana). Los propietarios controlaban la vida y la muerte de los siervos, incluido el matrimonio. Un refrán popular de entonces rezaba: “La vida es dada por los padres, pero el cuerpo pertenece a la familia oficial. Aún con vida y cuerpo, uno no tiene derecho a ser dueño”. Los siervos tenían que conseguir la conformidad de los propietarios para el matrimonio y pagar “gastos de indemnización física” si la pareja pertenecía a distintos propietarios. Debían pagar impuestos por nacimiento al propietario cuando tenían un bebé y registrarlo. Al nacer, los hijos de los siervos estaban predestinados a ser siervos para toda la vida.
–Sistema de categoría riguroso. El Código de Trece Leyes y el Código de Dieciséis Leyes que se practicaban en el viejo Tíbet durante varios cientos de años dividían a las personas en tres clases y nueve categorías, estableciendo en términos claros la desigualdad de la gente ante la ley y en cuanto a la posición social. Los Códigos establecían que “las personas se dividen en tres clases, superior, media e inferior, que a su vez se dividen en tres categorías, superior, media e inferior. Cada clase y categoría está determinada por el rango de la estirpe sanguínea y la posición en los puestos oficiales”. Los superiores eran los grandes aristócratas, los grandes budas vivientes y altos funcionarios, que representaban una minoría ínfima; los medios eran funcionarios monacales y laicos en general, oficiales militares de bajo rango y agentes de los tres propietarios principales, mientras que los inferiores eran los siervos y esclavos que representaban el 95% de la población total del Tíbet. Los Códigos establecían sobre el precio a pagar en caso de ser declarado culpable de asesinato que “las personas se dividen en clases y categorías, por lo que el precio de la vida también tiene rango”. En el caso de las personas de clase y categoría superiores, como príncipes y grandes budas vivientes, el precio equivalía al peso del cadáver en oro; el de clases y categorías inferiores, como mujer, carnicero, cazador, artesano, etc., era de apenas una cuerda de paja. El Informe sobre prohibir retener a descendientes de herreros, conservado en el Archivo de la Región Autónoma del Tíbet, apunta que en 1953, el descendiente de un herrero del distrito Dolungdêqên trabajaba al lado del Dalai Lama XIV. Cuando éste descubrió que era descendiente de herrero, lo expulsó en el acto y dio la orden de que aquellos nacidos en familias de artesanos de oro, plata e hierro, carniceros y semejantes, por ser de clase y categoría inferiores, no podían servir en el gobierno, ni contraer matrimonio con personas de otras clases y categorías. El tibetólogo A. Tom Grunfeld, de la Universidad de Nueva York, señaló en su obra Nacimiento del Tíbet moderno: La igualdad humana es un elemento esencial de los dogmas budistas. No obstante, lo lamentable es que esto no pudiera impedir que los tibetanos fundaran su propio sistema de clases y categoría.
–Cruel opresión política y torturas. Los códigos de leyes locales del Tíbet de entonces establecían que si los siervos “violaban” los intereses de los tres grandes propietarios, “según sean las circunstancias, se les extirpaba los ojos, se les cortaba un pedazo de carne de las piernas, se les extirpaba la lengua, se les amputaban las manos, se les arrojaba por un precipicio o a un río para que se ahogasen, o simplemente eran ejecutados, como castigo y prevención contra casos futuros, evitando que volvieran a producirse sucesos similares”. La “solicitud por parte de los siervos de pleitos por acusación falsa al palacio real no concuerda con el sistema y la tradición y deberán ser arrestados y castigados con instrumentos de tortura; quienes no se sometan al control de los dueños serán arrestados; quienes espíen importantes asuntos del dueño serán detenidos; los plebeyos que enfrenten a oficiales y funcionarios deberán ser arrestados”. Si personas de distintas clases y categorías eran culpables ante una misma ley penal, la norma de medir la pena y los métodos de tratamiento a seguir eran muy distintos. Según los códigos del viejo Tíbet, cuando los hombres de servicio se oponían al dueño y éste resultaba gravemente herido, a los “opositores” se les amputaban las manos y los pies; en caso de que el dueño hiriese a una persona de servicio, bastaba con una terapia; en caso de que los heridos por golpizas fuesen budas vivientes, se consideraba un delito grave y al acusado se le extirpa- ban los ojos, se le amputaban los pies y las manos o se sometía a torturas extremas. El ruso Gombojab Tsebekovitch Tsybikoff, quien estuvo en Lhasa a comienzos del siglo XX, escribió en su obra Un peregrino budista en el lugar sagrado Tíbet: “En Lhasa se puede ver todos los días a personas que reciben castigos por codiciar bienes ajenos. Se les amputan los dedos y la nariz, a más personas se les arranca los ojos y quedan siendo ciegos-mendigos. Además, en el Tíbet se acostumbra a atar a los delincuentes con canga de madera pequeña en el cuello para toda la vida, con grillos en los pies, exiliarlos en lugares apartados o regalarlos a aristócratas u oficiales de otras estirpes como esclavos. No obstante, como casti- go más pesado estaba considerada la pena de muerte, lanzando a los condenados al río para ahogarlos (cosa en Lhasa) o arrojándolo por un precipicio (como en Xigazê)”. El inglés David McDonald escribió en La tierra del Lama que “la más grave de las penas es la muerte. Por la suposición de la reproducción lamaísta, el alma de estos no puede reencarnarse, entonces, además de la pena de muer- te, la más grave, se aplican el castigo trágico de desmembramiento del cuerpo y la cabeza. De las penas más generalizadas, cuando se refiere a la muerte, el delincuente se coloca dentro de un saco de piel y se arroja al río para que se ahogue. El saco flota en la superficie del agua y en unos cinco minutos comienza a hundirse. Si sobrevive, se le lanza otra vez. Cuando el sujeto muere, se retira el cadáver del saco y se descuartiza; las cuatro extremidades se arrojan al río para que se las lleve la corriente… Además de la amputación de las extremidades, existe otro castigo cruel: extirpar los ojos, usando un hierro cóncavo caliente para meterlo en los ojos o echando aceite o agua hirviendo en los ojos, suficiente para hacer que los globos oculares pierdan la visión, y entonces sacar los globos oculares con un gancho de hierro”.
Tanto los monasterios como las propiedades de los aristócratas contaban con cárceles o celdas privadas, en que podían tener instru- mentos de tortura, así como salas de juicio para castigar a los siervos y esclavos. El monasterio Ganden tenía numerosas esposas, grillos, garrotes e instrumentos para extirpar los ojos y tendones y realizar otras torturas crueles. Trijang Labrang, institución de adminis- tración privada del monasterio, fundada en Dêqên por Trijang, maestro de sutras adjunto del Dalai Lama XIV, mató a golpes e hirió a más de 500 siervos y monjes pobres. Además, 121 fueron encarcelados, 89 fueron exiliados, 538 fueron forzados a trabajar como esclavos, 1.025 se vieron obligados a escapar, 72 fueron separados del matrimonio, 484 mujeres fueron violadas.
En el Archivo de la Región Autónoma del Tíbet se conserva una carta dirigida por un departamento del gobierno local del Tíbet a comienzos de la década del 50 del siglo XX al cabecilla de Rabde, en la cual se dice: “Con motivo de la celebración del cumpleaños del Dalai Lama mediante recitación de sutras, todo el personal de la Cámara Baja necesita recitar los 15 Métodos de Retorno de Limosna. Para poder cumplir a cabalidad esta celebración budista será necesario lanzar alimentos ese mismo día. Para ello hacen falta un par de intestinos frescos, dos cabezas, varios tipos de sangre y una piel humana entera. Esperamos que nos lo traiga en seguida”. En ocasión de celebraciones de asuntos budistas para el Dalai, era necesario usar sangre, cráneos y pieles de seres humanos. Esto es un ejemplo irrefutable de lo cruel y sanguinario que era el sistema teocrático de servidumbre feudal en el viejo Tíbet.
–Pesados impuestos y tributos y explotación por labores agrícolas de servidumbre. Entre las principales formas de explotación de los siervos por los propietarios figuraban servicios de labores agrícolas de servidumbre, impuestos y tributos, arrien- dos por tierra y ganado, todo eso de manera obligatoria. El gobierno local del Tíbet cobraba más de 200 tipos de servicios e impuestos. Los siervos estaban a disposición del gobierno local y los propietarios de las fincas. En general representaban más del 50% del volumen laboral de las familias de siervos, en algunos casos entre 70% - 80%. Dentro de las fincas feudales, los propie- tarios dividían la tierra en dos partes: las tierras relativamente ricas, la mayoría, eran reservadas para las gestiones propias de la finca; la otra parte, pobres y marginadas, se distribuían bajo condiciones esclavistas a los siervos como tierra porción. Para usar estas tierras, los siervos debían buscar por cuenta propia herramientas agrícolas y raciones de alimentos, además de trabajar gratuitamente en las tierras de gestión propia de la finca. Sólo podían usar el tiempo restante para labrar las tierras porción. En temporadas de muchas faenas agrícolas, o cuando los propietarios tenían algo que hacer, los siervos debían ofrecer fuerzas humanas y animales para transportar materiales, construir casas o hacer otras labores como servicios para los propietarios. Además de los servicios dentro de la finca, los siervos tenían que ofrecer servicios para el gobierno local del Tíbet y sus instituciones subordinadas. La mayor carga era la de servicios de transporte. El Tíbet, extenso en territorio y con muy poca población, tenía un tráfico bien difícil y los diversos tipos de materiales eran transportados en su totalidad por hombres y animales.
Según investigaciones anteriores a la reforma democrática, la finca de Taklungchang, perteneciente a Taktra, regente del Dalai Lama XIV, poseía 1.445 khu de tierra, 81 siervos de fuerza laboral total o semilaboral y exigía al año 21.266 días de labor, lo que significaba un volumen de trabajo de servicios laborales de todo un año de 67,3 personas, o sea, el 83% de los siervos debía estar a disposición de los servicios gratuitos para el propietario durante todo el año. La finca Khesum, ubicada a orillas del río Yarlung, en el distrito Nêdong, zona de Shannan, era una de las fincas del aristócrata Surkhang Wangchen Geleg. Antes de la reforma demo- crática, esta finca contaba con 59 familias de siervos y 302 siervos y 1.200 khu de tierra. Cada año, el propietario Surkhang y sus agentes cobraban 18 renglones de impuestos, 14 de servicios laborales, representando 26.800 días laborales; el gobierno local del Tíbet cobraba nueve renglones de impuestos, 10 de servicios, repre- sentando más de 2.700 días laborales; el monasterio Riwo Cholun cobraba siete renglones de impuestos, tres de servicios, represen- tando más de 900 días laborales. Esto quiere decir que cada trabajador debía ofrecer servicios gratuitos a los tres propietarios por más de 210 días como promedio anual, proporcionar y entregar más de 800 kg de víveres y 100 liang de plata tibetana.
–Explotación mediante usura asombrosa. Los Dalai Lama de diversas generaciones tenían especialmente fundadas “Tsebug” y “Tsequng”, instituciones encargadas de usurear. Estas instituciones tomaban el ingreso de parte del “sustento” para el Dalai como usura con fines de beneficios exorbitantes. Conforme a registros incom- pletos en los libros de cuenta de estas dos instituciones usureras, se recibieron en total como usura 3.038.581 liang de plata tibetana en 1950, cobrando un interés de 303.858 liang. Los gobiernos a distintas instancias locales del Tíbet contaban con un número nada reducido de instituciones usureras y el usurear y cobrar intereses constituían atribuciones administrativas de los funcionarios a diversos niveles. Según investigaciones de 1959, los tres grandes monasterios de Lhasa: Drepung, Sera y Ganden, dieron un total de 22.725.822 kg de cereales a préstamo, cobrándolo con un interés anual de 399.364 kg; 57.105.895 liang de plata tibetana, cobrando como interés anual 1.402.380 liang. El ingreso usurero ocupaba el 25% - 30% del ingreso global de los tres grandes monasterios. La mayoría absoluta de los aristócratas también se ocupaba en la usura, y el interés por usura representaba entre 15% - 20% del ingreso familiar. Los siervos, para sobrevivir, se veían obligados a pedir préstamos y los endeudados representaban más del 90% del total de las familias de siervos. La francesa Alexandra David-Néel escribió en su obra El Tíbet viejo cara a la China nueva que “en el Tíbet, todos los campesinos eran siervos endeudados para toda la vida. Entre ellos era muy difícil encontrar a uno que hubiera podido cancelar su deuda”. Entre las deudas de los siervos figuraban deuda nueva, deuda de hijos y nietos, deuda de protección unida, deuda colectiva, etc., un tercio de las cuales provenían de generaciones ancestrales o eran deudas de hijos y nietos que nunca podrían cancelar. El siervo Tsering Gongpo vivía en el cantón Rinchenli, distrito Maizhokunggar; su abuelo pidió prestados 50 khu de cereales al monasterio Sêra; su abuelo, padre y él mismo, tres generaciones, devolvieron el interés durante 77 años, pagando en total más de 3.000 khu de cereales como interés, y el prestamista decía que le debían aún 100.000 khu de cereales. El siervo Tenzin, de Dongkar Dzong, pidió prestado un khu de qingke al propietario de siervos en 1941 y, en 1951, éste le exigió 600 khu; Tenzin no pudo cancelar la deuda y se vio obligado a huir a otro lugar, su esposa murió aterrorizada y a su hijo de siete años se lo llevaron como pago de la deuda.
–La sociedad estaba estancada y al borde del derrum- bamiento. El sistema teocrático de servidumbre feudal, con su cruel opresión y explotación, sofocó el vigor y la vitalidad de la sociedad, hundiendo al Tíbet durante largo tiempo en un estado de estancamiento. Todavía a mediados del siglo XX, la sociedad tibetana seguía en un estado extremadamente cerrado y atrasado, la industria, el comercio, la ciencia, la tecnología, la educación, la cultura y la salubridad modernos eran espacios en blanco; en la producción agrícola se adoptaba el modo de cultivo primitivo, en la producción ganadera, básicamente, el método de pastoreo natural; los surtidos de producción agropecuaria eran monótonos y en receso; no mejoraban las herramientas laborales, el nivel de las fuerzas de producción y el nivel global de desarrollo de la sociedad eran muy bajos. Los siervos sufrían el hambre y el frío; subsistían con grandes dificultades y eran incontables los muertos por hambre, frío, pobreza y enfermedades. En Lhasa, Xigazê, Chamdo, Nagqu y otras ciudades y poblados se veían por doquier multitudes de men- digos, ancianos, mujeres y niños, pidiendo limosna en las calles. El tibetólogo norteamericano A. Tom Grunfeld señala que aunque algunos dicen que antes de 1959 los tibetanos contaban siempre con cantidades de té con leche, carnes y diversas verduras, una investigación hecha en 1940 en el este del Tíbet demostró que el 38% de las familias nunca tenía té con leche; el 51% no podía comer mantequilla; el 75% no tenía otro remedio, a veces, que comer hierbas cocidas con huesos vacunos y mezcladas con cebada o harina de frijol. “No hay testimonio para demostrar que el Tíbet fuera un jardín extra-mundial idealizado por la utopía”.
Gran cantidad de hechos demuestran que a mediados del siglo pasado, el sistema teocrático de servidumbre feudal ya llegaba a su fin en el Tíbet. Existían múltiples contradicciones sociales, la crisis se palpaba en todas partes, los siervos hacían constantes peticiones, huían, se rehusaban a pagar alquileres y servicios obligatorios y libraban resistencias armadas, con el fin de despojarse de tan desesperada situación. Ngapo Ngawang Jigme, kalon del gobierno local del viejo Tíbet, señaló que “todos creían que de continuar así, no faltaría mucho para que murieran todos los siervos, los aristócratas no tuvieran medio de sobrevivir y la sociedad quedaría completamente arruinada”.