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spanish.china.org.cn | 21. 08. 2014 | Editor: Eva Yu [A A A]

El hispanista chino Dong Yansheng: Un traidor de Don Quijote

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¿Cómo se le ocurrió la idea de traducir el Quijote?

No se me ocurrió sino que me ocurrió. Un día se presentó en mi casa un señor que se decía redactor de alguna editorial y me planteó de sopetón si me animaba a traducir el Quijote. En un principio, me dejó de una pieza porque nunca había pensado en eso. En aquél entonces iniciaban los requerimientos para los derechos de autor y la editorial a la que representaba ese hombre quería tener su propia versión. Me explicó el problema y me quedé callado sin saber qué contestar. Mientras tanto me decía para mis adentros ‘¿Por qué no voy a probar?’. Le pedí que me diera dos meses de plazo para que fuese reflexionando sobre el tema a ver si finalmente tomaría una decisión. Me puse a leer la versión de Yang Jiang y cada vez que me surgía una duda, consultaba la versión original y descubría errores elementales. Esa traducción hizo que me animara ya que creía que no cometería ese tipo de errores, errores de guardería infantil.

¿De qué herramientas se valió para traducir el Quijote?

En ese tiempo, afortunadamente, acababa de adquirir mi primera computadora. Si lo hubiera hecho a mano, hubiera sido una pesadilla, y con una máquina de escribir habría sido un incordio corregir, agregar, suprimir, cambiar de sitio, etc. La computadora me facilitó mucho las cosas, pero también me causó muchos problemas porque no había programas en español. Un amigo modificó un programa y pude comenzar a escribir, pero cada vez que escribía la letra “ñ” el programa separaba el espacio de las letras y yo debía borrar uno a uno los espacios. Esto me complicó mucho el trabajo.

Hubo varias cosas que me facilitaron la traducción. La facultad [de Español y Portugués de la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing] tiene una buena biblioteca y el material de consulta estaba todo a mi disposición. Además en ese tiempo no se me encargaban muchas clases.

También me ayudaron muchos de mis amigos. Tengo amigos hispanohablantes eruditos y cultos, entre ellos Juan Morillo, un hombre culto y con un gran dominio de la lengua. Con mucha frecuencia, lo sacaba de la cama a media noche para solucionar mis problemas. Varios amigos estaban a mi disposición y yo los iba turnando. Con esa ayuda terminé la traducción en dos años, trabajando tres turnos diarios, por la mañana, por la tarde y por la noche. Se ve que mi traducción del Quijote no fue un trabajo en solitario.

¿Es el traductor constructor o destructor de obras literarias?

Yo no diría destructor pero de vez en cuando un buen traductor debe ser en cierta medida un traidor. Cervantes es muy aficionado a los juegos de palabras y la mayoría de ellos son intraducibles. En este caso me he visto obligado a traicionar textos originales. Hace falta hacer eso para conservar el efecto que quiere causar el autor. Traicionamos las palabras para ser fieles al sentido. Es una traición ocasional pero necesaria. En el Quijote abundan los juegos de palabras. El Quijote hablaba en una lengua culta y Sancho lo interpretaba a su manera, y de esas interpretaciones salen cosas muy graciosas. Pero una traducción literal borrará todo el sabor humorístico. Al toparse con este problema, el traductor-traidor tiene que ingeniárselas para adaptar el juego a las características del idioma chino.

¿Es Ud. el último traductor del Quijote?

No lo creo. Yo soy partidario de que la traducción de obras importantes se renueve a cada cierto tiempo. El lenguaje, el gusto estético, la mentalidad y la filosofía cambian. Una traducción debe adaptarse a lectores contemporáneos. Ningún traductor, por bueno que sea, tiene derecho de atribuirse el título de “el definitivo”. ¿Cómo vas a prever esos cambios arriba mencionados? Obviamente, el traductor está maniatado a la época que le toca vivir. La versión que tú aportas será buena para tu época, pero no necesariamente para épocas posteriores. Siempre habrá genios venideros, que son los que harán que las obras inmortales consigan perpetuarse. Todos tenemos cierta dosis de vanidad. Claro a cualquiera le gustaría ser el último genio, sin embargo, la despiadada realidad se encargará de pararle los pies: no te hagas ilusiones. Te complazcas o no, así está hecho el mundo.

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