Pekín: la ciudad que me gusta

Hoy es el palpitante corazón de China y el mayor terreno de construcción del mundo, pero hace setecientos años, Pekín fue la capital del Imperio mongol de Kublai Khan, que en su máxima extensión llegaba al Mediterráneo.

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¿Y para la cena?

Primero un aperitivo en un Mercado callejero –tengo predilección por la codorniz, la langosta asada y las manzanas cubiertas de caramelo. Luego, podemos ir a un restaurante de Sichuán o de Mongolia para recordar que China es un imperio con una enorme variedad de comida –arroz y gambas en el sur; cordero picante en el oeste; pato en el norte. Como alternativa, uno de los enormes restaurantes con capacidad para 3 mil comensales para contemplar el sentido chino de la organización en estado puro; o bien a la planta 28ª del edificio de CITIC, desde cuyas alturas puede contemplarse Pekín.

¿Adónde enviarías a alguien que llega por primera vez?

Con una visita organizada por una buena agencia a estos lugares, por este orden: la Gran Muralla, las Tumbas Ming, que son un compendio de la historia china. El camino hacia las tumbas está flanqueada por encantadoras estatuas de mandarines, generales y animales, y las tumbas contienen coronas y joyas de incalculable valor, así como los cuerpos de las concubinas emparedadas vivas para acompañar al emperador a la otra vida.

Lo siguiente, la Ciudad Prohibida. Simboliza todo lo bueno y lo malo de China –edificios que inspiran grandeza hechos realidad por una terrible crueldad. Su construcción sumió a China en la miseria hasta el punto de que los pobres sólo podían comer hierba.

Las losas de mármol para el camino del Emperador eran tan enormes que las calles pekinesas tuvieron que ser inundadas en mitad del invierno para que se congelaran y poder deslizar los bloques de piedra por ellas.

Luego, el Templo del Cielo. Este lugar sublime es considerado como la obra perfecta de la arquitectura Ming y el símbolo de Pekín. El templo fue construido como un escenario para los ritos anuales que el Emperador debía ejecutar –acudía a este lugar a rezar por las buenas cosechas o hacer penitencia por algún error y pedir consejo en tiempos de calamidad. Aquí se celebraban también los principales ritos en los equinoccios y los sosticios. El “Mandato del Cielo” del Emperador dependía de su corrección y diligencia a la hora de realizar estas ceremonias.

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