Este viernes con el partido entre la selección anfitriona de Sudáfrica y su similar de México en el Estadio Soccer City en Johannesburgo, comenzará el suceso mundial que provoca más incertidumbre, fuerza y pasión en el mayor número de seres humanos.
No es el dinero, ni la guerra, se trata de una extraña combinación de elementos muy sencillos conocidos como fútbol y durante un mes se juega la Copa del Mundo.
Los recuerdos de la infancia, la estética, la épica, la patria, se ponen en el césped por el trofeo más codiciado del mundo que no deja de hacer crecer el número y la pasión de sus aficionados
Hace unas décadas, ni Estados Unidos ni la mayoría de Asia se sentían implicados en ello; hoy es distinto el Mundial llegará por primera ocasión a Africa, su cuarto continente.
Para los que no lo sabían, se trata de un deporte tan democrático o popular que se requiere casi nada para su juego: el balón puede ser algo parecido a un balón y las portería dos piedras.
Se juega con zapatos pero también se puede descalzo, vestido pero da igual que sea sin playera. No es preciso ser alto para ser el mejor ni tampoco ser fuerte. Se puede ser habilidoso o esforzado, pero se aplaude más la improvisación y la picardía.
Al fútbol se entra por la puerta de la emoción y puede acceder todo el mundo que acabará alineando a toda la humanidad; dividida en clases y razas distintas, pero al final unidas en el terreno de juego.
Y más allá de lo que se pudiera explicar, este deporte merece conservar todavía un sentido misterioso e irracional para sobrevivir.
La dinámica impensada, el escenario para representar las justicias o injusticias paralelas a la vida, sus valores y sus revanchas, la escenificación de la colectividad, la habilidad y el gol, son algo que sólo los más insensibles para resistirse al fenómeno.
Los miles de millones de aficionados alrededor del mundo, deben sentirse ya alborotados, nerviosos, trastornados como infantiles seres humanos que cada cuatro años esperan que la pelota comience a rodar.