El escenario político de China de hace 40 años

Como extranjero y diplomático en China fui testigo de tres años (1973-1975) muy complicados para el liderazgo maoísta. Apenas se había desarticulado la concepción de una revolución continua, ante el caos generado por ella y el fracasado golpe de Estado de Lin Biao, y, al mismo tiempo, Mao insistía en continuar su lucha contra el burocratismo y el revisionismo de su visión ideológica, lo que debería hacerse mediante reiterados choques estilo revolución cultural. Como su edad y su salud mermaban entonces su capacidad, Mao actuaba a la sombra de su propio auto-aislamiento, rodeado de algunos íntimos y, desde allí, equilibraba a las facciones que de manera sorda se disputaban la sucesión.

Fuera del partido y de los órganos supremos del Estado, las campañas mediáticas eran la expresión de la constante preocupación de Mao por rectificar y, al propio tiempo, salvaguardar su obra, campañas que a muchos extranjeros nos resultaban un misterio: de la crítica a Lin Biao y al social-imperialismo se pasó a la critica a Confucio y a Lin Biao, entre otras. En aspectos más concretos, la rehabilitación de Deng Xiaoping, a principios de 1973, después de su purga y exilio a Jiangxi en octubre de 1969, propiciados por Mao, y la posterior declinación del propio Deng a fines de 1975, y de Zhou Enlai, acosado por un cáncer terminal, eran signos muy difíciles de interpretar.

La economía china y su posición frente al resto del mundo eran también entonces variables complejas. Entre 1971 y 1975, todavía sin apertura económica, el PIB chino a precios constantes creció a una tasa media anual de 5,1% (de 1952 a 1976 la tasa de crecimiento había sido del 5,6%)1. Se olvida por tanto a veces que durante la era de Mao la economía avanzó en forma importante, pese a algunos experimentos desastrosos. La República Popular había recobrado su puesto en la ONU desde octubre de 1971, pero apenas en 1980 ingresaría a organismos económicos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La herencia que dejaba el maoísmo era la de férrea defensa de la soberanía de China, una maquinaria estatal fuerte y eficaz, una economía igualitaria, una fuerza de trabajo disciplinada y movilizada para la producción y una sociedad frugal con elevadas tasas de ahorro. Estos ingredientes – trabajo, ahorro y acumulación de capital – permitirían que, al introducirse reformas económicas del calibre de las impulsadas por Deng y sus camaradas, y al abrirse China al mercado mundial y a los flujos financieros internacionales, se alcanzaran los notables éxitos económicos de los últimos 30 años, que han estado acompañados de algunos costos, como la desigualdad en el reparto de los beneficios del crecimiento. Queda mucho por analizar del legado de Mao Zedong.

 

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Palabras clave : China, México

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