La digna conducta mexicana en esa histórica asamblea de la ONU representó no sólo una actitud de congruencia con los postulados de respeto a la soberanía y autodeterminación de las naciones, sino que recogía la filosofía que México tenía desde sus orígenes como nación independiente y los sentimientos de amistad que animaron la cambiante relación con el pueblo chino a través de su historia. Todo ello contribuyó a afirmar en el concierto internacional la vocación de paz y solución pacífica de los conflictos entre las naciones, al interpretar fielmente las amargas lecciones aprendidas en nuestro movimiento de independencia durante el siglo XIX, de la reforma, con principios del derecho ajeno y la paz, y, posteriormente, las lecciones aprendidas en nuestras luchas durante la revolución social de 1910.
El máximo foro internacional hizo patente uno de los principios fundamentales de la política exterior de México: esta relación debía ser respetuosa y tener como base los principios normativos de nuestro orden constitucional para lograr una convivencia armónica entre los pueblos del mundo.
La autodeterminación de los pueblos, la no intervención, la solución pacífica de las controversias; la proscripción de la amenaza o uso de la fuerza en la relaciones internacionales; la igualdad jurídica de las controversias; la cooperación internacional para el desarrollo; y la lucha por la paz nacional e internacionales, abstenerse de opinar sobre diferencias ideológicas o políticas, así como sus formas de gobierno.
“Las relaciones entre México y China trascienden los aspectos económicos” así lo expresaron los presidentes Mao Zedong y Echeverría durante el encuentro que, años después de la histórica asamblea de la ONU, sostuvieron en Beijing en abril de 1973. Ambos evocaron la universalidad de la Organización de las Naciones Unidas al escoger, por decisión de la mayoría de sus integrantes, a la nación que alberga a la cuarta parte de la población del mundo, conforme a la mejor tradición de la diplomacia mexicana.
El Presidente mexicano manifestó en Beijing que nuestro país no contempla a China sólo como un enorme mercado, sino “como una fuente de experiencias liberadoras”. En la histórica sesión de la ONU, afirmó, sostuvimos que la presencia de China “significaba un avance trascendental para reafirmar ese principio de universalidad”.
“La soberanía y la integridad territorial de China son indivisibles en lo jurídico”, hacía patente en el máximo foro internacional uno de los principios fundamentales de la política exterior de su país: la relación respetuosa y fructífera que debe existir entre las naciones, abstracción hecha de sus diferencias ideológicas o políticas y de sus formas de gobierno surgidas de su libre determinación.
Después del establecimiento de relaciones diplomáticas en 1972, la cooperación económica, científica y tecnológica entre China y México es aún un reto y un desafío por alcanzar, pues la relación de China como potencia económica de este siglo tiene mucho que aportar en temas de inversión y desarrollo tecnológico en nuestro país, en el marco de los acuerdos firmados sobre comercio, colaboración científica, transporte marítimo, créditos bancarios, cooperación social, económica, energética y agropecuaria.
Hoy en día, ambos países son, sin duda alguna, grandes socios comerciales. México es uno de los principales receptores de inversión china en América Latina, mientras que China es el segundo socio comercial de México.