México y China, una cooperación centenaria

Esta migración trajo consigo sus costumbres y su cultura, sus valores y su manera optimista de enfrentar la vida aún con carencias y sufrimientos. En pocos años, esa comunidad -como todas las comunidades migrantes que viajan a tierras lejanas a rehacer sus vidas y labrarse un futuro mejor para ellos y sus descendientes- progresó. La gran capacidad de formación de capitales a través de la acumulación de ahorros; la valentía para enfrentar privaciones, sacrificios y restricciones con la certeza de que el futuro les depara mejores niveles de vida; un considerable empuje y enorme afán de logro, fueron valores concurrentes para consolidar a la comunidad china, a finales del siglo XIX y principios del XX, como un factor de gran importancia económica en esas regiones de México. Sin embargo, vientos de tormenta empezaron a soplar en México. El fervor revolucionario se había apoderado del país, exigiendo un nuevo paradigma social donde prevalecieran mejores prácticas democráticas, una distribución más equitativa de la riqueza nacional, educación, salud y oportunidades abiertas para todos los mexicanos. La Revolución Mexicana de 1910, que este año cumple el aniversario número 100 de su inicio, fue un fuego que consumió al país por siete años; al final, no llegó la paz anhelada. Hubieron de pasar varios lustros más para la consolidación del nuevo régimen y la creación de instituciones que perduran hasta nuestros días.

Durante la lucha armada, la comunidad china cooperó decididamente con las fuerzas revolucionarias, salvo contadas y lamentables excepciones, lo que le valió salir bien librada del conflicto. Sin embargo, en el período sucesivo, cuando se dio el acomodo de las diferentes corrientes e intereses de la confrontación civil, aquellos inmigrantes chinos, plenamente integrados a las comunidades que los habían acogido, sufrieron su mayor descalabro. A finales de la década de los años veinte del siglo XX, y limitado a dos estados del noroeste de México, la comunidad de origen chino se vio sometida a una inusual muestra de intolerancia racial y económica. Muchos de estos mexicanos por adopción hubieron de iniciar un viaje de regreso a su tierra natal acompañados por sus familias, desprovistos del resultado del esfuerzo de toda una vida, hacia un futuro incierto y preñado de vicisitudes. Afortunadamente, este oscuro evento tuvo una corta duración por la decidida intervención del Gobierno federal. Muchos años después, en los inicios de la década de los sesenta, el Presidente López Mateos, en un acto generoso y de plena justicia, realizó una repatriación masiva, con cargo al Gobierno de la República, de todos aquellos mexicanos que injustamente habían sido obligados a abandonar el país y que radicaban en la República Popular China. Es importante destacar el apoyo irrestricto y expedito proporcionado por las autoridades chinas a esta operación de gran amplitud y sin precedentes, considerando que se daba entre dos naciones que aun no se reconocían en sus relaciones diplomáticas.

México reconoció a la República Popular China como la sola representante de todo el pueblo chino y se restablecieron las relaciones diplomáticas el 14 de febrero de 1972. Siguió una década de intensas transferencias de conocimientos y cooperación en múltiples campos, desde la medicina tradicional china, hasta la operación del programa mexicano de maquiladoras, pasando por la formación de especialistas en asuntos de América Latina. Si bien en los años subsecuentes se han producido algunas irritaciones en la relación bilateral, es importante señalar que éstas han sido resueltos en el marco de las instituciones que a lo largo de los años de fecundos intercambios se han creado, como la Comisión Binacional Permanente, sin que estos diferendos contaminen el conjunto del excelente diálogo existente entre los dos países.

Hoy, nuevas oleadas de inmigrantes chinos han llegado a México, provistos del mismo espíritu de entrega, amor al trabajo, frugalidad y afán de logro de sus antecesores. Una nueva generación de profesionales, técnicos y especialistas formados en las instituciones de excelencia de la República Popular China y con su saber y entender han hecho y harán importantes aportaciones al desarrollo de México. Grupos de empresarios jóvenes fogueados en el quehacer de la gestión de negocios de la Nueva China y que han sido instrumento para convertir a esa nación en el segundo socio comercial de México en el mundo. Todos ellos aportarán elementos valiosos para un mejor entendimiento, un mayor conocimiento y una decidida cooperación entre nuestros dos países, socios y amigos no de ahora, pues varios siglos de fructífera interacción lo atestiguan. Esto, tengo la firme esperanza, se traducirá en un futuro promisorio para dos pueblos fortalecidos por compartir su incansable búsqueda del progreso, de la paz y del bienestar social.

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