Por SERGIO LEY LÓPEZ*
*Embajador de México en China de 2001 a 2007
Actualmente, con frecuencia escuchamos que un amplio océano, además de imponer grandes distancias entre las naciones que ocupan sus riveras opuestas, también sirve para convertirlas en vecinas, es decir, el océano crea un vecindario. En la medida que las comunicaciones y los intercambios entre las orillas distantes se incrementan, la anterior aseveración adquiere una certeza que se muestra con claridad con lo pasado en el Atlántico en los últimos 200 años. Ahora, cuando el océano Pacífico emerge como el nuevo centro de gravedad económico del orbe, con frecuencia se habla de una nueva comunidad, un nuevo vecindario en ciernes en la cuenca de éste océano. Pero la semilla de esta idea de la comunidad que se está tratando de construir en nuestros días, fue sembrada hace un largo tiempo.
Hace más de cuatrocientos años, la Nueva España, en tierras mexicanas, fue vista como el punto más cercano entre el Extremo Oriente y la Metrópoli europea. El Imperio Español, prevenido y prohibido por bula papal de costear al África, utilizó México como base de operaciones para la conquista de las Filipinas y el comercio con China. Así, los conquistadores españoles se dieron a la tarea de surcar los mares del Pacífico y vincular el extremo oriental de Asia con las Américas desde 1565, mucho tiempo antes de que las naciones en el extremo norte de nuestro continente tuvieran territorios costeros en el Pacífico.
Los lazos históricos fueron intensos y fructíferos. Durante siglos las llamadas Nao de Manila o Galeón de Acapulco dominaron el comercio del Pacífico, transportando sedas, tés, porcelanas y marfiles labrados procedentes de China y otras partes de Asia. Las mercancías eran almacenadas en el puerto de Manila para ser recogidas por los navíos novohispanos y llevadas a Acapulco. Pero este no era su destino final. Una parte del cargamento se quedaba en la Ciudad de México, donde satisfacía las necesidades y gustos de los acaudalados criollos y peninsulares domiciliados en el país. La otra parte era transportada por tierra hasta Veracruz, donde nuevamente se embarcaba para su destino final en España.
Las mercancías se pagaban en moneda contante y sonante. Los pesos de plata mexicanos fueron introducidos en China como forma de pago de las transacciones y, pronto, esta moneda se convirtió en la divisa fuerte preferente usada en los más importantes intercambios mercantiles del imperio oriental. Junto con la plata, fueron introducidos en China y el resto de Asia numerosos alimentos novedosos, semillas y frutas de exóticos sabores procedentes del Nuevo Mundo. Estas prácticas comerciales persistieron hasta fines del siglo XVIII.
Con el inicio de la gesta de independencia de México, en 1810, hoy hace 200 años, los viajes del Galeón de Manila se suspendieron. Sin embargo, el patrón de comercio siguió su curso utilizando otros medios a su alcance para lograr sus objetivos, y la plata mexicana continuó siendo la divisa de primer orden de China. A pesar de los intensos intercambios económicos y sociales forjados en el pasado, el Imperio Chino no estableció relaciones diplomáticas con México sino hasta el 14 de diciembre de 1899, con la firma del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre los dos países en la ciudad de Washington, reconociendo ambas naciones su igualdad y respeto mutuo.
En la primera década del siglo XX, el precio internacional de la plata comenzó a declinar considerablemente, sufriendo caídas estrepitosas; por lo tanto, China perdió interés en seguir usando la plata mexicana como la divisa fuerte preferente y México perdió a uno de sus más importantes mercados para este precioso metal, tradicionalmente su más importante producto de exportación. La inestabilidad política y económica en ambos lados del océano no ayudó a recomponer la situación. Consecuentemente, el comercio entre los dos países llegó a ser casi inexistente y los intercambios económicos y políticos prácticamente desaparecieron.
De la mano del comercio vinieron también intercambios de personas, a pesar de que en el período de la colonia, cuando México formaba aún parte del Imperio Español, estas migraciones eran pequeñas. No obstante el reducido número de viajeros, algunas leyendas han quedado plasmadas en el folclore mexicano y forman parte inseparable del imaginario popular. Tal es el caso de la mexicanísima “China Poblana”. Fue a lo largo del siglo XIX cuando los primeros migrantes de China arribaron a Latinoamérica en números significativos. Pero, a diferencia de los que tenían como destino Cuba y Perú, a donde se trasladaban como trabajadores contratados para las plantaciones de tabaco y caña de azúcar, a México llegaron como colonos para poblar las inhóspitas y deshabitadas tierras del noroeste y, excepcionalmente, algunas regiones del sureste del país.