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spanish.china.org.cn | 19. 12. 2016 | Editor: Elena Yang [A A A]

Trump y la incertidumbre en Latinoamérica

Palabras clave: Trump, Latinoamérica

R.M.Bermúdez

 

Pocos personajes públicos han suscitado tan nutrida y variada cantidad de adjetivos como la que los analistas políticos de todo el mundo ha dedicado a Donald Trump antes y después de haber ganado las elecciones presidenciales estadounidenses. Su discurso provocador, incendiario y políticamente incorrecto durante la campaña electoral ha sido contestado con una catarata de réplicas desde las cabeceras más representativas del planeta, y no siempre en los términos más corteses, que dibujan escenarios oscuros y calamitosos, con unos mercados en serio peligro a causa de un capitalismo propio de principios del siglo XX, que es el que Trump querría supuestamente imponer.

En realidad, es muy poco lo que sabemos de las verdaderas intenciones de Donald Trump. Su discurso errático, contradictorio y en muchas ocasiones inconsistente, parece haber sido elaborado a golpe de encuestas, destinado exclusivamente a cautivar a los votantes, a quienes ha dicho lo que los sondeos le decían a él que debía decir si lo que quería era llegar a la Casa Blanca. Desde entonces, desde que es presidente electo, la indeterminación ha sido la tónica habitual. Entre tanto, medio mundo espera para saber si va a cumplir sus promesas electorales, el contrato tácito que firmó con sus votantes, o si va convertir la democracia en un circo de tres pistas.

También espera, claro, América Latina, cuya presencia en los discursos de una campaña planteada fundamentalmente en clave interna fue tangencial aunque nada halagüeña. Básicamente, lo que ha dicho Trump es que se propone construir un muro en la frontera con México y deportar a millones de inmigrantes, que quiere dar marcha atrás en los tratados comerciales que EE.UU. ha firmado con multitud de países de la región, y que no piensa seguir adelante con la descongelación de las relaciones bilaterales con Cuba.

La aversión de Trump a la inmigración y a los tratados comerciales no es nueva, lleva décadas aireándola, y las consecuencias, de cumplir sus promesas, son cualquier cosa menos tranquilizadoras. Los analistas dan por muerto el Acuerdo de Asociación Transpacífico o TPP, del que forman parte dos países latinoamericanos: Chile y Perú. Por su parte, la interrelación económica que México mantiene con EE.UU es enorme, como ha demostrado el comportamiento del peso mexicano en las jornadas inmediatamente posteriores a la celebración de las elecciones. Con un 73% de sus exportaciones y un 51% de sus importaciones, en gran parte gracias al Tratado de Libre Comercio de América del Norte o TLCAN del que Trump abomina y del que quiere apear a su país, la economía mexicana está completamente intrincada en la de su vecino del norte.

Por otra parte, México recibe unos 65.000 millones de dólares anuales en remesas de los inmigrantes afincados en EE.UU., una realidad a la que no es ajena la mayoría de los países centroamericanos, cuya población ha emigrado incansablemente hacia el vecino del norte durante años. En todo caso, y en cuanto a la deportación de inmigrantes, tampoco hay que llevarse a engaños. La Administración Obama trasladó al otro lado de la frontera, durante sus dos mandatos, a más de dos millones de personas. Otra cosa sería la construcción de un muro a lo largo de la frontera y, además, pagado con dinero mexicano. Una iniciativa que parece inviable y que, en todo caso, no vendría sino a sustituir a los más de 1.100 kilómetros de vallas y alambradas que EE.UU. ha levantado desde 1994 y que tampoco deberían ser motivo de orgullo. Así pues, a este respecto tal vez lo que habría que plantearse es si lo que escandaliza de Trump no es su sinceridad descarnada frente al habitualmente templado discurso diplomático.

En cuanto a Cuba, se recuerda últimamente en multitud de análisis que, como empresario, no tuvo empacho alguno, durante la década de 1990, en tratar de saltarse el bloqueo económico para hacer negocios en la isla. De hecho, Trump fue el único de los 17 candidatos republicanos que apoyó la política de Obama respecto a Cuba. Posteriormente, y previsiblemente por razones electoralistas, protagonizó un nuevo giro en su inconsistente discurso. Un giro que, si quiere cumplir con sus votantes, retrasará el levantamiento del embargo.

Pero son muchos más los frentes que tiene abiertos Trump en América Latina tras tantas décadas de intervencionismo y relaciones políticas y comerciales. Y a todos ellos habrá de responder. ¿Cuál será el papel de EE.UU. en la nueva Colombia? ¿Cómo serán las relaciones diplomáticas con Venezuela después de la actitud más dialogante que había adoptado la administración saliente? ¿Cómo afectará el proteccionismo de Trump a las intenciones aperturistas de los nuevos gobiernos de Argentina o Brasil tras una década de aislacionismo? Son preguntas imposibles de contestar. La administración saliente acaba de pedirle prudencia a Trump, señalando que las relaciones de EE.UU. con los países de la región “son más saludables que nunca”, y que cometería un grave error dando marcha atrás a lo logrado hasta ahora. El propio Obama pronosticó recientemente en Perú que es probable que se produzcan algunas tensiones comerciales pero que no espera grandes cambios políticos en la región.

Como presidente saliente, Obama sabe bien que Trump no está libre de las servidumbres e inercias propias del cargo que le espera: compromisos internacionales, lobbies económicos y grupos de presión incluso en el interior de sus propias filas, en el Partido Republicano, donde conviven sensibilidades muy diferentes, algunas incluso enfrentadas: internacionalistas que defienden un papel activo de EEUU en el exterior tanto en términos económicos como militares y diplomáticos, no-intervencionistas que se oponen a los compromisos militares pero apoyan aprovechar oportunidades comerciales y diplomáticas con otros países, y republicanos nacionalistas que no quieren saber nada de programas de ayuda exterior, intervenciones humanitarias e instituciones internacionales diseñadas para promover la gobernanza global.

Con todo ello deberá lidiar Donald Trump en el momento en que abandone su discurso de campaña y su retórica electoral, que aún perduran, y comience a sentarse con sus asesores para analizar en profundidad lo que viene. El propio Obama pidió a los latinoamericanos que no supongan lo peor de su sucesor en el cargo y que le den una oportunidad hasta que haya formado sus equipos, analizado la realidad a la que se enfrenta y propuesto seriamente las políticas que quiere llevar a cabo.

En todo caso, continúan siendo muy notables los compromisos de EE.UU. en la región, demasiado importantes como primer inversor en la zona para jugar con fuego y acabar por perder su dominante influencia tanto política como económica. Es lógico suponer que Trump, como hombre de negocios que es, sabe que las oportunidades que desprecie su país serán aprovechadas por otros socios políticos y comerciales, un negocio ruinoso que no le perdonarían ni sus votantes más temerarios.

 

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