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spanish.china.org.cn | 20. 10. 2017 | Editor:Elena Yang | [A A A] |
Por Jorge Fernández
En los años de historia independiente que tiene América Latina, uno de los problemas más recurrentes en esta desafortunada región ha sido la debilidad de los estados nacionales para impedir el acoso, la presión, y en el peor de los casos, la intervención de potencias extranjeras.
El caso de China, otrora víctima de poderosos, merece una reflexión. Hoy este país, marcado por sus amargas experiencias coloniales, evita repetir los ultrajantes esquemas de Occidente, y se perfila como potencia en ascenso, con un modelo alternativo rumbo a la modernización nacional.
Este nuevo modelo de desarrollo ha quedado rubricado en la inauguración del XIX Congreso Nacional del Partido Comunista de China, con el informe presentado por el secretario general, Xi Jinping, el mismo que revela un mapa de ruta rumbo a una “Nueva Era” con peculiaridades chinas.
“China jamás aspirará a la hegemonía ni practicará la expansión, sea cual sea su grado de desarrollo”.
“China de ninguna manera se desarrollará a costa de los intereses de otros países, pero tampoco renunciará a sus derechos e intereses legítimos, por lo que nadie debe ilusionarse con la posibilidad de que China trague el amargo fruto del menoscabo de sus intereses”.
“No permitiremos en absoluto que nadie, ninguna organización ni ningún partido político separen de China, en ningún momento ni bajo ninguna forma, parte alguna de su territorio”.
Estas ideas, que salen en voz de un dirigente, en realidad emanan del corazón de una nación que busca un nuevo camino de desarrollo, uno basado en la unidad y en la dirección de un grupo político comprometido con el bienestar y la dignidad de mil 400 millones de habitantes.
China está consiguiendo sobre la base del poder nacional un fortalecimiento que en el último siglo no ha logrado ningún país de América Latina. ¿En qué están fallando los estados latinoamericanos? Es de sorprenderse que en sus 200 años de vida independiente, no ha habido un solo país de esa región que haya logrado escaparse de las garras del subdesarrollo.
En China se está rubricando un pacto entre gobierno y sociedad. Un acuerdo en el que la gobernanza del grupo dirigente es solo una parte de una ecuación que permite el desarrollo, y en la que la participación social es clave para inyectar el dinamismo que requiere un plan de acción.
La autocrítica, la autopenalización y el compromiso de un grupo dirigente que asume como su razón para existir la lucha por el bienestar social, son poderosos elementos que alientan al pueblo chino a creer en el proyecto que impulsa y despliega su dirigencia nacional.
“Estamos y estaremos siempre en el camino del disciplinamiento integral y riguroso del Partido. La simpatía o la aversión de la gente es lo que determina cuál será el porvenir y el destino de un partido o un régimen político. Debemos evitar y rectificar decididamente todo lo que las masas populares rechacen y aborrezcan”.
Y en medio de este sistema en el que tanto gobierno como sociedad asumen sus propias responsabilidades, se invita a las generaciones futuras a incorporarse en la construcción de un país, apuntalándoles las bases de lo que será su propio despegue para el futuro.
“El sueño chino de la gran revitalización de la nación china se hará realidad, en definitiva, mediante una lucha en la que cada nueva generación de jóvenes relevará a la anterior. Todo el partido debe ocuparse de ellos, cuidarlos y montarles escenarios donde puedan hacer brillar sus vidas”.
El informe que presentó el secretario general es un mapa rumbo a la materialización del sueño de una nación. Asimismo, es un documento que deja explícito que para asir el anhelado desarrollo, no basta solo con la voluntad de un grupo dirigente, sino que se requiere de la participación, de la unidad, de la voluntad de un pueblo de participar activamente y ser parte en la construcción de una nación.
Esa unidad y esa compenetración son las que desafortunadamente están faltando en América Latina.