Por Leonardo Anoceto Rodríguez
(SPANISH.CHINA.ORGCN) – “No hay dos sin tres”. A ese refrán parece haberse apegado la estatal Corporación de la Aviación Comercial de China (COMAC, siglas en inglés) al anunciar la acogida de un pedido de seis aerolíneas nacionales y extranjeras para la construcción de 100 aviones de su primer modelo de pasajeros, el C919, que deberá despegar por primera vez en 2014.
Aunque no se ha revelado a cuánto asciende el monto de la operación, teniendo en cuenta los precios actuales para aeronaves con las que el C919 competiría, como el A320 y el Boeing 737, COMAC pudiera estar llevándose de 5.000 a 6.000 millones de dólares de un coto en el que hace ya muchos años cazan exclusivamente el consorcio estadounidense Boeing y su archirrival europeo Airbus. ¿Osadía? ¿Golpe de suerte? Ni una cosa ni la otra.
La empresa china, constituida en 2008, es mucho más ambiciosa. Su propósito es hacerse con una buena tajada, que no miga, de un pastel que solo dentro del país servirá en bandeja de plata 450.000 millones de dólares, el 13 por ciento del total mundial, y convertir la hegemonía que ha primado en la aeronáutica comercial internacional en algo no solo de dos.
Esa suma estratosférica es lo que Boeing calcula que las aerolíneas chinas dedicarán en su conjunto para adquirir más de 4.330 nuevas aeronaves que requerirán desde ahora y hasta el 2029, por lo que no es de dudar que muchos otros también volteen su mirada hacia esta parte de Asia.
Aun cuando China lleva a cabo a todo tren una apuesta muy sólida por el ferrocarril de alta velocidad, el flujo de pasajeros aéreos del país crece a un ritmo vertiginoso y desde ya se prevé que los desplazamientos por los cielos nacionales en las próximas dos décadas ascenderán a un ritmo promedio anual del 7,7 por ciento, 2,5 puntos porcentuales más que la media global.
De unos años a la fecha, lo que algunos en el mundo siguen definiendo erróneamente como milagro, pero que obedece a causas meramente terrenales (detalles al margen), ha convertido ya en una costumbre apreciar el sello Made in China en prácticamente todos los sectores de la economía, o una rareza que los chinos no aparezcan de una manera u otra en el acontecer cotidiano. No es lo mismo, pero es igual.
Pasó en su momento (pasa aún) con Estados Unidos, cuyo Made in USA (banderita incluida) inundó el planeta y se hizo omnipresente en nuestras vidas, y pasa desde hace algún tiempo con China, segunda mayor economía del planeta y devenida fábrica mundial capaz de producirlo todo, o casi todo.