6. Al brasileño no le gusta trabajar

Un mito muy arraigado tanto fuera como dentro de Brasil es que el país no termina de ir para adelante porque "al brasileño no le gusta trabajar". Opinión cada vez más extendida a causa de la reacción que causan en algunos sectores de la población los programas de subsidios que implementó en su momento el Gobierno de Lula.

Pero el brasileño trabaja y mucho. Los sindicatos aún no han logrado una jornada generalizada de 40 horas (el máximo legal es 44 horas semanales), mientras muchos jubilados trabajan para poder llegar a fin de mes. Los datos oficiales muestran que el país roza el pleno empleo y la realidad muestra que buena parte de ese empleo es informal, y que en cualquier esquina aparece alguien con un puestecito vendiendo desde carne a la brasa a caipirinhas, camisetas, cargadores de celular, cerveza o hasta cine independiente. Y se puede pagar con tarjeta. Una simple muestra del espíritu emprendedor nacional.

La economía eso sí, es improductiva por una mezcla de falta de infraestructura y de educación asequible y de calidad, factores que, junto con la desigualdad y la corrupción, hacen que el país no termine de ir para adelante; pero esa es otra historia.