Afortunadamente, recordó, ingresó a una universidad “inconforme y rebelde”, y tuvo la oportunidad de ir a estudiar a Francia, donde descubrió inesperadamente la gran riqueza de la literatura latinoamericana, porque en aquel entonces en la región no se conocía mucho sobre sus propios países por la falta de comunicación y la escasa distribución de libros.
Los años en Francia le aportaron no sólo formación literaria, sino también la oportunidad de conocer a excelentes escritores latinoamericanos, entre los cuales destacaban Jorge Luis Borges, Julio Cortazar y Carlos Fuentes. “Fue una experiencia muy bonita descubrir la literatura riquísima de nuestro idioma”, que “poco a poco fue reconocida por el resto del mundo”.
Resumió su carrera literaria en dos etapas: la primera, de 1953 a 1958, muy marcada por la influencia de la literatura francesa, en la que procuró escribir “novelas serias”, porque estaba convencido de que “la literatura debe comprometerse”, que era una forma de acción y que había que influir sobre la historia y dejar huellas en la vida. En esa época, predominó en su obra la “crítica”, porque la realidad estaba mal hecha y la crítica es un gran motor para el cambio y la reforma. Aprendió mucho de escritores como Gustave Flaubert, no sólo en cuanto a estilo, sino también en la construcción narrativa. Sin embargo, en los años 60, le resultó imposible seguir con la “literatura seria”, en la que no cabía la risa ni la carcajada, ni siquiera la sonrisa. Fue entonces cuando descubrió la importancia del “humor” y realizó un gran cambio en su creación, como si hubiera descubierto “un juguete nuevo”. También mencionó su trabajo en la radio de Lima, que le causó una confusión entre la novela y la realidad y que también contribuyó a su creación porque “la novela contamina a la realidad”.