Pekín: más de 15 millones de almas. Una maraña que palpita, atestada casi siempre de multitudes, un fluir constante, imparable, de gentes e historias. En las estaciones de metro, en los pasos subterráneos, esta sensación de movimiento agitado y contínuo se hace aún más obvia. En esos lugares de paso, que parecen estar condenados a lo efímero, aparecen como una súbita contradicción, la figura quieta de los músicos callejeros.
Guitarra a cuestas, estos músicos lanzan sus canciones al paso trepidante de los transeúntes. Algunos se detienen a escuchar, quizá buscando un momento de evasión que en estos lares resulta impagable; otros dejan algo de dinero frente al músico. Son muy pocos los que prestan verdadera atención a estas personas; muchos los consideran ‘apenas’ como mendigos.
En muchos otros países, la imagen del músico callejero se asocia con inconformismo, independencia, rebeldía ante lo establecido. Pero los cantantes callejeros chinos no tienen voluntad de rebeldía ni de vivir al margen de la sociedad mayoritaria. Simplemente, buscan hacerse un hueco en esa sociedad y ganar dinero (tal vez también fama) con algo que les gusta y que saben hacer bien. Ciertamente, marcan diferencia con respecto a la mayoría de los jóvenes chinos, muchos de los cuales, tras optar por una carrera elegida, en muchos casos, por sus padres, acaban trabajando en puestos que no les proporcionan ninguna satisfacción personal.