En la antigüedad, para rogar a las divinidades celestiales buenas cosechas, los soberanos solían interpretar piezas musicales dedicadas a la luna en una noche del mes octavo. Puesto que la mejor noche para contemplar la lunes es cuando hay luna llena, esa noche siempre fue la del día quince. De ahí se formó poco a poco entre el pueblo el hábito de contemplar la luna llena en el mes octavo.