Además, Pekín ha contado estos días con ese preciado y escaso cielo azul que normalmente se le niega. Mucho tendrá que ver en ello el enorme descenso del número de automóviles que circulan por sus calles. El transporte público fluye sin problemas, uno tarda casi la mitad de tiempo en llegar a su destino y apenas se oye el sonido de los cláxones que suelen enturbiar las avenidas en hora pico. Eso sí, los cláxones han sido sustituidos por los fuegos de artificio: nada más atardecer, el cielo comienza a inundarse de luces.