En una alocución electoral, el candidato del Partido Republicano a Presidente de Estados Unidos, John McCain, dio una versión interesante del afán por luchar contra los desastres. El pasado miércoles, comentó: “Debemos mejorar nuestros preparativos, para enfrentarnos con rapidez a cualquier desastre natural. Cuando los americanos se enfrenten con una calamidad, tienen derecho de esperar que el gobierno cuente con la capacidad competitiva más elemental”.
Este reportero, que ha estado recientemente varias semanas en las zonas afectadas por el fuerte terremoto acontecido el 12 de mayo en la provincia china de Sichuan, ha visto convertir en realidad las expectativas de McCain en su propio país.
El trabajo de los periodistas, a mi entender, es “buscar cinco patas al gato” sobre los sucesos ocurridos. Pero esta vez el caso es enteramente distinto. En cuanto a la manera de dar respuesta al desastre, hay que cubrir a China de los elogios que merece.
A principios de los años 90, Edith Cresson, la primera mujer de Francia a cargo de Primera Ministra, llamó a Japón “hormiga amarilla que intenta robar al mundo”, comentario que dañó su prestigio durante largo tiempo. Por sus declaraciones racistas, se nota que se quejó principalmente de que Occidente se enfrentaba con la competencial desleal de un país asiático, donde la disciplina y la acción de la colectividad y la cohesión de equipo eran más importantes que la demanda individual.
Dejando a un lado los prejuicios, cabría decir que las actuaciones de China frente al sismo producido en Sichuan son muy similares a las características de los japoneses criticadas por Cresson debido a su malentendido y de manera simplista.
En las madrugadas o atardeceres, cuando uno conduce por las carreteras de Sichuan, se suele cruzar con enormes caravanas de camiones repletos de materiales de ayuda que se dirigen a las ciudades tan damnificadas como Dujiangyan. Entre estas flotas de vehículos, formadas según sus procedencias, están las de cargamentos de cemento que llegan de la provincia de Hubei, las de carpas de la provincia de Shandong, o las de equipos pesados del municipio de Shanghai. En general, todas las provincias se han lanzado a las acciones de ayuda. No obstante, no se trata solamente del afán de participación: La gente percibe que todo el mundo se está emulando sin voz, para ver quién da más ayudas.
Las actuaciones de los individuos y grupos menores no son menos brillantes. Su entusiasmo no cesa a pesar del correr del tiempo.
Por todos lados hay personas vestidas en camisetas que dicen “Quiero a China”, o que ostentan dibujos en recuerdo de los estallidos del sentimiento nacional en el pasado. Los ciudadanos se unen a las acciones de ayuda de una y otra forma, en general con la familia como unidad.
Un funcionario de planificación de la ciudad de Dujiangyan me explicó: “Después de la reconstrucción, esta ciudad será la más segura en el mundo. En los futuros edificios habrán habitaciones especiales, las cuales servirán como refugio a los ocupantes para que puedan sobrevivir hasta un mes entero”.
Quienquiera que haya visto el desarrollo a vuelos de las ciudades de Shanghai y Beijing, no dudará de la voluntad de China de transformar este sueño en realidad, y está seguro de que esto se cumplirá a una velocidad que provoque envidia a Nueva Orleáns, ciudad de Estados Unidos atormentada por el huracán Katrina en el 2005.