El laurel del Nobel fue manchado, y la Medalla del Congreso de los Estados Unidos no vino a ser nada más que una hoja de parra para el Dalai Lama cuando ayer viernes los alborotadores, respaldados por el auto-proclamado predicador de la paz, convirtieron la tranquila ciudad santa de Lhasa en una tierra de terror.
Y las intenciones escondidas detrás de la afirmación del monje de buscar "mayor o real autonomía" para el Tíbet también dejaron al descubierto su hipocresía cuando cientos de sus seguidores gritaron "independencia", atacaron a la policía, rompieron ventanas, saquearon tiendas, e incendiaron carros y una mezquita.
Sin embargo, este impúdico político no mostró ningún signo de vergüenza al desasociarse de la conspiración como un inocente monje, dejando a sus seguidores en ridículo y como únicos responsables, persuadiéndolos, en tono lastimero, de "no recurrir a la violencia", supuestamente en un comunicado emitido luego de que la serena abadía de los dioses fuera perturbada.
Se ha confirmado la muerte de por lo menos diez personas en los disturbios, mientras que el número de heridos y pérdidas sigue creciendo.
Cuando una mujer que se atrevió a quedarse dentro de su oficina, cercana a un supermercado saqueado e incinerado, me contó a través de mensajes vía celular que Lhasa estaba asfixiada en una atmósfera de terror, creí que la mano detrás de todo esto era la de un maestro en la creación del terror.
Pero el monje de la sotana carmesí tiene muchas herramientas para disfrazarse y sobrevivir a las críticas internacionales en contra de la violencia y el terror: su prédica de paz, tolerancia, y benevolencia a la hora de recibir el Premio Nobel y la medalla estadounidense, que se sumó a su inmerecida aura.
Ahora el fuego y la sangre que estamos viendo en Lhasa han puesto al desnudo la naturaleza del Dalai Lama, y es hora de que la comunidad internacional reevalúe su posición hacia ese grupo que se camufla bajo un discurso de no violencia, si no quiere verse voluntariamente engañada.
El Dalai Lama y su camarilla no se han renegado ni un sólo día de la violencia y el terror. Su profesor de la niñez, un austríaco, fue un Nazi, y no es secreto que por largo tiempo después de su escape a India, conservó una fuerza, armada por su patrón occidental, para llevar a cabo actividades separatistas. El defensor de la paz tampoco ha mostrado interés alguno en las campañas mundiales en contra de las guerras de Estados Unidos en Afganistán e Irak.
No obstante, la comunidad internacional parece haber denegado, o no estar dispuesta a enfrentar los hechos. La continua tolerancia con la violencia, sin duda representa contemporización con el terror. Ofrecer plataformas al retórico lama para vender su engañosa filosofía solamente servirá para animarlo a alejarse aún más del marco de negociación sobre el asunto del Tíbet, que el gobierno chino ha prometido en repetidas ocasiones mantener abierto.
Siempre hay países, organizaciones, e individuos a los cuales les gustaría actuar como defensores de la moral cuando ocurre algo que no les gusta ver. Ahora nuevamente ha llegado el momento de que salgan a la luz; pero sobre quién caerá su látigo es una prueba a la justicia.
En cuanto al Dalai Lama, nunca he dejado de creer en la habilidad y poder del autodenominado "Su Santidad" para orar por la paz, pero las violentas escenas de Lhasa me han dado la más válida razón para dudar de la sinceridad del monje de la eterna sonrisa. Fin