Cuando uno conduce hasta el pie de la Gran Muralla en el distrito de Youyu de la provincia norteña de Shanxi, colindante con Mongolia Interior, divisa en la lejanía los cientos de hectáreas de tierra verdes cultivadas durante dieciséis años por Yu Xiaolan y su esposo, que viven en una aldea pobre rodeada de suelos otrora eriales. Es un paisaje impresionante en la meseta de loess, pero su valor y espíritu van más allá del significado normal.
Yu, campesina de la aldea Cuijiayao del cantón Yangqianhe, es ganadora de la Medalla de Verdor 8 de Marzo, Portadora de la Bandera Roja 8 de Marzo, una de las Diez Mujeres Destacadas en el Enverdecimiento y Trabajadora Modelo Nacional en China y delegada al XVI Congreso Nacional del PCCh. En mayo último fue elegida de nuevo delegada al XVII Congreso Nacional del PCCh.
Mujer llegada de Yunnan
Detrás de su historia de dar verdor a los montes pelados, hay un amor romántico. En la primavera de 1985, Yu, hija de una familia de cuadros y graduada de una escuela pedagógica, conoció a Shan Gong, soldado de una unidad de vehículos estacionada en la ciudad de Kaiyuan, provincia de Yunnan, en el sudoeste de China. Shan, un muchacho inteligente, entusiasta y robusto, le escribió varias cartas de piropos y ganó su corazón. Con él Yu se casó a pesar de la oposición de sus padres.
En 1989, cuando el marido se desmovilizó, Yu, entonces de 24 años, volvió con él a Youyu y los dos se instalaron en una casa alquilada en la cabecera distrital. Lo que poseía el joven matrimonio no era más que los 1.000 yuanes de Yu, los 500 yuanes de instalación de Shan y los 70 yuanes y dos frazadas, una nueva y una usada, regalados por los padres de éste.
Las grandes diferencias entre su pueblo en Yunnan y el norte de Shanxi aturdieron a Yu. Y las dificultades subsiguientes la hartaron de las bromas de la vida. Aquí las tormentas de arena, que ululan la mitad del año, empolvaban la casa hasta los muebles. Desde pequeña, Yu jamás había visto vientos tan fuertes. Para ella, acostumbrada a comer arroz, probarlo en Youyu era un lujo.
Apurados por la necesidad, Yu y esposo pusieron una tienda en la cabeza distrital, matando cerdos y vendiendo su carne. Era un negocito de poco riesgo, y aprovechaban el tocino en vez del aceite de linaza, de mal sabor. Pero ¿quién sabía que recibirían una andanada de sarcasmos? Pues hubo gente que decía: “No es extraño que (Yu) llegue aquí, a un lugar tan pobre. Seguro que era matarife en Yunnan”. Yu casi pierde el aliento por eso.
Más tarde, cambiaron a cultivar setas, roturar tierras y pedalear triciclos para enviar viajeros, pero sin poder salir de la pobreza. En los días más difíciles, a Yu se le salían lágrimas y pensaba en irse de Youyi, pero se quedó por el amor a su esposo y la esperanza de abrir un futuro mejor.
Dar verdor a los montes pedregosos
Por fin llegó el momento para realizar el sueño. En 1992 el ayuntamiento distrital dio a luz una serie de políticas para estimular a transformar las tierras baldías. Yu, probada en las adversidades, vio la oportunidad. Junto con su esposo e hijos se mudó a la casa de los suegros y mediante contrata pidió 4.000 mus (15 mus equivalen a una hectárea) de laderas de monte baldías y 30 mus de playas de río pedregosas, con la determinación de sacarles provecho y “hacer llegar el verdor de Yunnan a Shanxi y bloquear el viento y la arena”.
La suegra les aconsejó con compasión: “Regresen a la ciudad. ¿Qué diablos podrían hacer en estos montes y hondonadas a los que ni las liebres quieren ir?” Pero sin darse por vencidos, entre marido y mujer se entregaron al trabajo con manos desnudas y un tractor. Arrancaron rocas a la montaña, cercaron el campo con diques, echaron tierra y nivelaron la superficie, y plantaron arbustos alrededor. Al cabo de un año de intenso trabajo, convirtieron los 30 mus de playas de río en una plantación de más de 5.000 manzanos de alta calidad y construyeron un vivero pequeño. A través de injertos lograron cultivar más de 100 mil frutales jóvenes adecuados a las condiciones locales, de alta producción y buena calidad. Por fin hicieron aparecer una huerta inmensa.
Más tarde, aparte de cuidar la huerta, los dos se pusieron a rehabilitar los montes. Palada tras palada, abrieron huecos en el suelo, plantaron almácigas y les echaron tierra y agua, con la esperanza de tener árboles fuertes.
En los años de hacer verdes los montes, Yu pocas veces usaba reloj pulsera, siempre subía las cuestas en la madrugada bajo estrellas centelleantes y bajaba a casa después de la puesta del sol.