| spanish.china.org.cn | 23. 12. 2025 | Editor:Teresa Zheng | ![]() |
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Washington debería desconfiar del compromiso de Takaichi en su alianza con EE.UU.
La primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, espera reunirse con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en marzo, antes de la visita planteada a China del presidente norteamericano en abril.
Más que una señal de confianza diplomática, el deseo de Takaichi de verse primero con el líder estadounidense revela su creciente ansiedad por las graves consecuencias de una crisis cada vez mayor que ella misma ha provocado.
Cabe recordar que la primera ministra tuvo un encuentro con Trump en Japón el 28 de octubre, solo dos días antes de la cita de Trump con su homólogo chino en Busan, República de Corea. Ese episodio no supuso ninguna ventaja visible para Japón por haber sido el primero en actuar, ni alteró la trayectoria de las relaciones entre China y Estados Unidos. En todo caso, los acontecimientos posteriores sugieren que Washington está lejos de mostrar entusiasmo con los intentos de Tokio de agitar las aguas en la región.
Tras las conversaciones telefónicas del presidente chino Xi Jinping con Trump el 24 de noviembre, en las que quedó patente la voluntad de ambas partes de salvaguardar el orden internacional de la posguerra y lidiar con las diferencias de forma responsable, Takaichi pareció recibir una lección. La llamada telefónica posterior del líder estadounidense dejó claro que Estados Unidos no apoyaba su imprudente intervención en la cuestión de Taiwán, en particular sus erróneas y peligrosas declaraciones del 7 de noviembre en la Dieta, en las que lanzaba una amenaza militar no provocada a China por asuntos internos de esta última, según informaron los medios.
La parte estadounidense es consciente de los riesgos de verse envuelta en una crisis por el desafío de la derecha japonesa. Washington no tiene motivos para permitir que Tokio secuestre la política estadounidense o actúe como «la cola que mueve al perro» en asuntos regionales. Washington también es consciente de que el Gobierno de Takaichi corre el riesgo de convertirse en una fuente de problemas.
Si la primera ministra visita el santuario de Yasukuni, en honor a 14 criminales de guerra de clase A durante la Segunda Guerra Mundial, el 26 de diciembre, aniversario de la visita en 2013 de su mentor, el ex primer ministro Shinzo Abe, como algunos predicen, revelaría aún más sus inclinaciones militantes y solo aumentaría la preocupación de Estados Unidos por verse arrastrado a una situación ajena.
Las recientes afirmaciones del secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, subrayan la renuencia del país a seguir el juego de Tokio. Al calificar las crecientes tensiones con China como «preexistentes», Rubio evitó apoyar a Takaichi cuando se le preguntó sobre sus palabras del 7 de noviembre. Este enfoque cauteloso refleja la clara conciencia de Estados Unidos de que las tensiones actuales se deben a la temeridad de Takaichi y no a un giro repentino en la posición de China.
A pesar de las diferencias entre China y Estados Unidos, ambos países comparten la responsabilidad de mantener la estabilidad mundial. Esto va directamente en contra de los intentos de Takaichi de desafiar el orden de la posguerra a costa de la paz y la estabilidad regionales.
El mundo ve claramente lo que Takaichi trata de poner en la alianza entre Japón y Estados Unidos al dar a conocer sus esfuerzos por reunirse con Trump tan pronto. Su deseo de una cita en persona refleja su intención de aprovechar la alianza para promover ambiciones políticas y militares de la derecha japonesa, mientras se esconde tras el manto de seguridad de Estados Unidos.
Dado que Takaichi aparentemente espera utilizar el respaldo de Washington para consolidar la base política de la derecha en su país y acelerar la expansión militar, cabe prever que, de darse primero el encuentro con Trump, exageraría la «amenaza china», presionaría para seguir con la contención, impulsaría cadenas de suministro exclusivas y restricciones tecnológicas, y buscaría la aprobación tácita de Estados Unidos para liberarse de las trabas constitucionales al militarismo.
Es esencial que la parte estadounidense reconozca los peligros inminentes del extremismo de la derecha japonesa y marque a Japón líneas rojas claras para evitar el engaño y un enfrentamiento con China. A pesar de su deseo de elevar a Tokio al frente en Asia-Pacífico, Washington no debe subestimar los riesgos de las provocaciones de Tokio en la cuestión de Taiwán o en el del Mar Oriental de China, ya que Takaichi ha demostrado a todas luces su imprudencia al «excederse» en el rol asignado a Japón.
Esa osadía también debería servir de incentivo a Estados Unidos para manejar el tema de Taiwán de manera responsable. Debería abstenerse de tomar cualquier medida que envíe una señal equivocada al Gobierno de Takaichi y a las autoridades secesionistas de Taiwán, encabezadas por Lai Ching-te.
La administración estadounidense debe ser fiel a sus compromisos con el principio de una sola China. La paz y la estabilidad en Asia-Pacífico redundan en interés de todos, incluido él mismo.














