| spanish.china.org.cn | 15. 12. 2025 | Editor:Eva Yu | ![]() |
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La historia como espejo y la paz como guía: forjando un futuro sin repetir errores pasados
Foto: Xinhua
Por Jorge Fernández
Los actos barbáricos cometidos por el militarismo japonés en la Segunda Guerra Mundial no deben olvidarse ni tergiversarse, puesto que del fiel recuento de todos ellos se alimenta la paz que hoy rige en la región.
Lastima a la memoria humana, manchada de la sangre de miles de inocentes, que Japón, a 80 años de las atrocidades cometidas por el militarismo de aquellos años, ignore o minimice uno de los actos genocidas que forjaron a la nación china. En las ceremonias conmemorativas celebradas en estos últimos meses —entre ellas la ceremonia conmemorativa para las víctimas de la Masacre de Nanjing, celebrada el 13 de diciembre pasado—, el otrora gobierno militarista de Japón está presente. El genocidio, el exterminio sistemático, junto con actos humillantes para quebrar la voluntad y despojar de humanidad a los chinos en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, no deben olvidarse ni tergiversarse, puesto que del fiel recuento de todos ellos se alimenta la paz que hoy rige en la región.
La memoria oral vigente hoy ha sido corroborada y documentada recientemente por Rusia, quien, en el marco de la celebración de estos actos, compartió con China un lote de documentos desclasificados sobre la infame Unidad 731. Corrían los últimos años de la década de los 30, cuando el ejército nipón había penetrado ya el noreste de China. Una sección se afincó en la nororiental ciudad de Harbin, con la misión de llevar a nuevos niveles la investigación de enfermedades inducidas. Sus hallazgos servirían para abrir un nuevo flanco en la invasión a China a través de una guerra biológica, más letal y eficiente que el combate cuerpo a cuerpo. El proyecto se eficientó con chinos que habitaban las zonas capturadas, a quienes el ejército invasor usó como ratas de laboratorio. La historia oral y los archivos documentan los deleznables experimentos, hechos en aras de acelerar el conocimiento científico para propagar enfermedades con fines bélicos.
Los horrores del gobierno militarista de Japón, que China cuenta como se desgrana a un rosario, viven en la memoria colectiva nacional. Toda institución del Estado, oficial o no, transmite de generación en generación las vejaciones a las que el ejército sometió a la China rural de aquellos años. El ejército japonés esclavizó a cientos de mujeres a las que prostituyó en lupanares, construidos exclusivamente para satisfacer el apetito sexual castrense de los invasores. Hoy esas mujeres —ancianas hoy pero niñas por aquellos años—, lloran no solo el recuerdo de las violaciones tumultuarias, sino el tormento agudizado y perpetuado hasta el día de hoy por funcionarios negacionistas del Estado moderno japonés. Sufrirían menos en su vejez si no fuera por las declaraciones de líderes japoneses de extrema derecha quienes, para la ira de las ancianas y de toda la nación china, niegan que tal hecho siquiera existió.
Lamentablemente, actos como “las mujeres de consuelo” son solo unos pocos de los incontables actos barbáricos cometidos por el ejército nipón en Asia. La masacre de Nanjing, y el cinismo japonés frente a la historia, han unido al pueblo chino a elevar la voz, a prorrogar el duelo y a honrar entre lágrimas a víctimas indefensas de un acto genocida. El ejército ejecutó a 300 mil soldados y civiles desarmados, entre ellos mujeres y niños, para lo cual, entre sus muchas modalidades —además de romper las cabezas de los niños contra las paredes—, descabezó a sablazos a cientos de chinos en concursos inhumanos que hinchaban de orgullo a los generales japoneses. Sobre esto, muchos en Japón siguen guardando silencio. Es, paradójicamente, la postura irredenta del Japón de hoy, frente a los crímenes y barbaries militares del Japón de ayer, la que fortalece la unidad de la nación china. El patriotismo chino crece de forma exorbitada, de generación en generación, y exige a las autoridades de Japón que honren la verdad y que no tergiversen su historia. Para el pueblo chino, ningún otro país, en Asia o en cualquier lugar del mundo, debe vivir la tortura a la que se le sometió durante el avance del militarismo japonés por el sureste asiático.
Tras la rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial y la fundación de China en 1949, las traumáticas experiencias de la nación china dieron forma a principios diplomáticos orientados a la defensa de la paz mundial. En organizaciones internacionales, incluida la Carta de la ONU, está contenido el pensamiento nacional para impedir que el militarismo y la guerra inflijan sufrimiento a la humanidad. La inclemencia del militarismo japonés forjó, en alma nacional, axiomas universales para la defensa de la integridad territorial y la condena a la injerencia en asuntos internos. Es por ello que China, por coherencia con su trágica historia, jamás pondrá un pie en territorio ajeno. Y por eso mismo, frente a injerencias externas o tergiversaciones de la historia, la nación habla con una sola voz y demanda que los hechos del pasado sean lecciones, no para alargar resentimientos, sino para mantener la paz y la amistad entre naciones.
De cara a la postura de Japón, que con la actual primera ministra, Sanae Takaichi, hace guiños a las infamias del pasado, la posición de China —al igual que los documentos rusos que hablan de los bestiales experimentos de la Unidad 731—, es contundente. Jamás nadie, y menos Japón, debe amenazar la paz con injerencias en los asuntos internos de otros, o a través de intervenciones militares, como, lamentablemente, lo ha dicho la insensible y desvergonzada funcionaria japonesa, ignorando su pasado bélico, en una grave alusión a la isla china de Taiwan.













