spanish.china.org.cn | 13. 11. 2024 | Editor:Teresa Zheng | [A A A] |
La «ambición verde» del mundo requiere el apoyo de los países desarrollados
La XXVIIII Conferencia de Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29) se celebra del 11 al 22 de noviembre en Bakú, capital de Azerbaiyán, y vuelve a poner en la agenda internacional la urgencia de su tratamiento. La visión del encuentro es «aumentar la ambición y posibilitar la acción», siendo el punto más importante la provisión de un billón de dólares anuales para los países en desarrollo. La COP29 debería inspirar confianza y esperanza en la comunidad internacional en el cómo «materializar» el objetivo, garantizando que la ambición no quede en el vacío y devenga una herramienta para alcanzar otras metas. Actualmente, la principal preocupación de los países en desarrollo es el apoyo financiero, y para ello es necesario que sus pares desarrollados cumplan sus promesas con acciones concretas.
La COP29 ha congregado representantes de 198 partes, lo que pone de manifiesto su calidad de gran tema unificador de la cooperación mundial. En los últimos años, estas reuniones se han celebrado con frecuencia en países en desarrollo lo que refleja la creciente concienciación y acción del Sur Global para encararlo. El lunes, primer día de la cita, se adoptaron las normas de calidad de los créditos de carbono, que crean las condiciones para poner en marcha un mercado mundial del carbono y brindar capital a los proyectos de reducción de emisiones. Son señales positivas que indican que con el esfuerzo y la colaboración de todos, avanzamos en la lucha de la humanidad contra este problema.
La «ambición verde» no es una quimera; su realización depende de que los países la apliquen en función de sus condiciones y capacidades. Las naciones desarrolladas, que han completado su fase de industrialización y acumulado capital y tecnología, representan cerca del 90 % del exceso de emisiones a nivel mundial. En términos de justicia climática, ellas deberían asumir las obligaciones que corresponden a su responsabilidad histórica y ofrecer ayuda económica a sus pares en desarrollo. Cabe señalar que su compromiso anterior de aportar 100 000 millones de dólares anuales para este fin aún no se ha cumplido en su totalidad, lo que obstaculiza el progreso de la acción.
Enfrentar el cambio climático es una carrera contrarreloj, y no hay lugar para vacilaciones ni culpas a otros. Pocos días antes de la COP29, la Organización Meteorológica Mundial publicó un informe que invita a la reflexión y que predice que 2024 va camino de ser el año más caluroso jamás registrado. Otro punto central de la conferencia procede de la incertidumbre política en Washington: en general, el temor radica en el posible cambio de políticas del próximo Gobierno, repitiendo el retiro del Acuerdo de París. Independientemente de los giros en materia climática en cualquier país, la cooperación multilateral continuará. Sin embargo, es difícil imaginar la consecución de la «ambición verde» sin la participación o un rol estable de la mayor economía del mundo. Como dijo Marc Vanheukelen, exfuncionario de la UE: «Si ellos [EE.UU.] no se fijan un objetivo exigente, ¿por qué lo haríamos nosotros?».
Como gran país responsable, China ha convertido la buena voluntad en acciones. Desde 2012, ha mantenido una tasa de crecimiento anual del consumo de energía del 3 %, tras un crecimiento económico de más del 6 % anual. La intensidad de las emisiones de carbono ha bajado un 35 %, y más de la mitad de su capacidad total instalada de generación de energía procede ahora de fuentes renovables. Sus pasos claros hacia una transformación ecológica integral de su desarrollo económico y social son evidentes, proporcionando al mundo una gran cantidad de productos ecológicos de bajo coste y tecnologías de bajas emisiones de carbono.
Asimismo, participa en la gobernanza mundial del clima, ayudando a los países menos desarrollados y a las pequeñas naciones insulares a mejorar su resistencia climática. Algunas economías occidentales pasan por alto sus contribuciones e incluso le reclaman asumir responsabilidades adicionales a partir de los estándares de países desarrollados, lo cual no es objetivo ni justo.
Encarar el dilema climático es una labor común de la humanidad, y ningún miembro de ella es solo un espectador. Los costes y la resiliencia para avanzar en la «ambición verde» van en aumento. Hay países desarrollados que aún no han cumplido con su «obligación» de financiación, y las medidas proteccionistas adoptadas interfieren en el comercio de productos verdes y la difusión de tecnologías bajas en carbono.
Los fenómenos extremos plantean retos al mundo. En los últimos años, Europa ha sufrido olas de calor e inundaciones, Canadá se ha visto asolada por incendios forestales, Australia ha sido testigo de una alarmante degradación de los arrecifes de coral, y Estados Unidos ha hecho frente al embate frecuente de huracanes, incendios forestales, olas de calor y frío, de una manera estremecedora. Una Tierra, un cielo: salvar el mundo es salvarnos a nosotros mismos.
La humanidad yace al borde de un «precipicio climático» y el futuro del planeta está en nuestras manos. Apoyar los acuerdos con medidas tangibles es tanto una responsabilidad de las naciones ricas como un imperativo de supervivencia.
Es de esperar que los países desarrollados atiendan las preocupaciones de sus compañeros en desarrollo, dejadas de lado durante mucho tiempo, tomen la iniciativa en el recorte de emisiones, cumplan sus compromisos de financiación y trabajen para eliminar los factores provocados por el hombre que bloquean la acción en este tema, uniéndose a la comunidad internacional en la defensa de su «ambición verde».