spanish.china.org.cn | 12. 07. 2024 | Editor:Eva Yu | [A A A] |
Echar la culpa a otros no soluciona el problema de las drogas en EE. UU.
Por Jorge Fernández
Mientras ignora el elefante en la habitación, haciendo caso omiso a la gravedad del problema que tiene en casa, Estados Unidos se da a la tarea estratégica de responsabilizar a terceros por sus problemas internos.
La sociedad estadounidense tiene estragado el sentido del asombro ante la muerte con violencia, a la cual, tras repetitivas exposiciones mediáticas de guerras y genocidios, mira ya con frivolidad. En el rosario de clasificaciones en las que se identifican los distintos tipos de muertes, con violencia y sin ella, están las causadas por el abuso de estupefacientes. Estados Unidos ocupa el mayor índice de consumo de opioides ilegales en el mundo y, en consecuencia, sus índices registran la mayor tasa de mortalidad. Cuando se trata de estadounidenses que mueren por el uso de alguna droga, sus muertes no son vistas con indolencia sino que son, contrariamente a como ellos mismos ven los otros tipos de muerte, motivo de compunción y reflexiones sobre quiénes son y cómo se debe castigar a los que están matando a sus jóvenes.
Para Estados Unidos, solo las vidas de sus ciudadanos son motivo de duelo, puesto que las otras, especialmente las de personas que viven en países productores, se dan entre violadores, asesinos, adictos, ladrones, corruptos y demás lacras que no dejan de urdir planes para vender su veneno en una sociedad indefensa ante los poderosos cárteles extranjeros. Si en algo ha tenido éxito el discurso oficial estadounidense, esto ha sido en victimizar a su gente, especialmente a los caucásicos, y en deshumanizar y en quitar valor a las vidas de aquellos no estadounidenses involucrados en el intrincado universo de los estupefacientes y su comercialización. Cuando este discurso se generaliza encasillando a naciones enteras, el problema de por sí ya complejo adquiere mayores dimensiones, se torna racista, brutal y desalmado.
Para ser un país que se proclama defensor universal de la equidad y de los derechos humanos, su rasero para juzgar a otros carece abierta y crudamente de todo sentido de humanidad. Tanto países productores como consumidores son víctimas con altos índices de mortandad por este flagelo, pero de cara a esta realidad, Estados Unidos manipula el análisis de las drogas y el narcotráfico para buscar chivos expiatorios en otros países, al tiempo que oculta y calla sus propias deficiencias sistémicas. La reflexión para un problema transnacional que tiene en jaque la salud y vida de personas, y que ha corrompido a sistemas económicos en todo el mundo, debe ser todo menos reductivo. Es a partir de un análisis holístico que sale la otra mitad del problema, esa de la que nadie habla, o de la que se habla a susurros por estar escondida o protegida por las descompuestas instituciones de la nación de las barras y las estrellas.
En Estados Unidos, las drogas como negocio tienen escenarios y figuras protagónicas distintas a las de los países productores. Al sur del Río Bravo queda el salvajismo de los cárteles, que han asumido los riesgos de producción y trasiego, poniendo la sangre en el esquema empresarial para llevar el producto a manos de organizaciones que operan en la Unión Americana. Las drogas, una vez que han cruzado a territorio norteamericano, duplican su valor y están listas para incorporarse en un nuevo modelo de ventas, menos brutal; aún así se necesitan organizaciones receptoras, bien organizadas y con infraestructura en todo el país, que puedan materializar la recepción, almacenamiento, reprocesamiento, embalaje y distribución de drogas, así como el lavado de dinero generado por las ganancias. Todo con un trabajo logístico de precisión matemática que funciona sin despertar sospechas ni derramar arroyos de sangre a su paso. Estamos hablando de cárteles estadounidenses sin nombre o rostro, invisibles, y cuyas ganancias hacen ver a las de Pablo Escobar, que prometía pagar la deuda externa de Colombia, como nimiedades de poca monta.
Y todo esto respaldado por un sistema político encabezado por dos poderosos partidos, los cuales acomodan las piezas del tablero para facilitar que el producto salga de la granja productora y que llegue hasta las manos de los consumidores. Por un lado, demócratas que son altamente tolerantes al uso de estupefacientes, y por otro lado, republicanos que son aguerridos impulsores de la proliferación de armas. Los grupos de interés en ambos bandos ostentan un enorme poder sobre la forma de hacer política en Estados Unidos y ello, en consecuencia, conduce a la construcción de un sistema respaldado por los tres poderes de la Unión que engendra cárteles de brutalidad extrema en el extranjero y que consiente la existencia de multimillonarios de cuello blanco al interior de sus fronteras. Estados Unidos es incapaz de frenar, ni siquiera de controlar, la demanda que exigen sus adictos. Prefiere cerrar los ojos, mantener intactas las formas bajo las que funcionan sus sistemas internos y echar toda la culpa al resto del mundo. Entonces sí, sobre los de afuera ha de caer todo el peso de su ley.
Mientras ignora el elefante en la habitación, haciendo caso omiso a la gravedad del problema que tiene en casa, Estados Unidos se da a la tarea estratégica de responsabilizar a terceros por sus problemas internos. Entonces agencias como la DEA se despliegan por el mundo, injiriéndose en los asuntos internos de otros, con la misión de detener un problema que está siendo alentado desde el corazón mismo de la Unión Americana. El paroxismo del cinismo llega cuando Estados Unidos, dándose baños de pureza y cubriéndose con un manto de moralidad universal, define criterios para juzgar qué tanto se han esmerado otros Estados, quiénes lo han hecho bien y quiénes mal, para frenar la producción, trasiego y venta de estupefacientes. Todo esto a sabiendas de que son ellos los que han puesto de cabeza a regiones del mundo, dejando estelas de sangre en las rutas por donde circulan las drogas, para conseguir un producto que un sector enfermo de la sociedad estadounidense está demandando con desesperación.
¿Cómo habrá de nombrarse al cártel o a los cárteles de Estados Unidos? ¿El cártel del Capitolio?¿El cártel de la Casa Blanca? ¿El cártel de la Corte Suprema? Habrá de ponerles algún nombre y habrá de verbalizar sus acciones, porque cada uno de ellos al estar coludido con grupos económicos y de poder ha ganado votos y concesiones; son ellos los que han convertido el problema de las drogas y el narcotráfico en un fenómeno transnacional de extrema complejidad, y el cual va más allá de las muertes por consumo en su territorio. El narcotráfico esté irrumpiendo y corrompiendo instituciones en el mundo, y está causando la muerte a jóvenes en todos lados, no solo en Estados Unidos. Es necesario que Washington abandone la cobardía y el cinismo, humanice las vidas de los no estadounidenses, y dialogue con terceros sobre un problema que ya lo tiene rebasado. El fenómeno de las drogas y el narcotráfico dejó de ser hace mucho un problema bilateral. Hoy es un problema transnacional que debe solucionarse con la voluntad, la concertación, el respeto y el diálogo entre todos. ¡ Y no echando la culpa a los demás!