spanish.china.org.cn | 01. 07. 2024 | Editor:Teresa Zheng | [A A A] |
Aranceles elevados no es la solución a los desórdenes estructurales de EE.UU.
Por Andrey Kortunov
Una de las principales herramientas actuales de la estrategia económica estadounidense son los impuestos al comercio exterior. El país que solía ser un férreo defensor del libre intercambio comercial es ahora un adalid de la protección de su mercado frente a la competencia extranjera. Este enfoque explícito se remonta al Gobierno de Donald Trump y ha continuado a lo largo del de Joe Biden. China sigue siendo el primer blanco de esta estrategia, aunque no el único.
En los últimos tres años y medio, Biden ha mantenido gran parte de los aranceles impuestos por Trump a Beijing, incluidos los vigentes sobre bienes por de más de 300 000 millones de dólares. Aunque las subidas de mayo de 2024 fueron relativamente modestas en general, ya que solo afectaban las importaciones chinas por un valor de 18 000 millones de dólares, estas restricciones vulneraron una serie de sectores estratégicos como el de baterías de vehículos eléctricos (VE), chips informáticos y productos médicos.
Lo más probable es que el proteccionismo comercial estadounidense vaya a más, gane quien gane en las próximas presidenciales de noviembre. Al parecer, la Casa Blanca parte de la base de que, dado que el país sigue siendo un mercado lucrativo para sus socios, estos tendrán que ceder a las exigencias de Washington. Es indicativo del actual Gobierno, exactamente al igual que sus predecesores republicanos, su desconfianza en mecanismos comerciales multilaterales como la Organización Mundial del Comercio para resolver sus problemas de esta índole. Es más, no sería exagerado afirmar que Washington actúa como aguafiestas en muchos asuntos relacionados con la OMC.
No es necesario ser un experto en mercados internacionales para darse cuenta de que, con su gran tamaño y sus vínculos con otras economías, las políticas de Estados Unidos tienen un impacto sustancial en el mundo.
Sin embargo, supongamos que la administración Biden o sus oponentes republicanos no se preocupan realmente por el futuro de la economía mundial. Supongamos que ven el comercio internacional exclusivamente a través de un prisma de suma cero, creyendo que pueden y deben hacer pleno uso de su posición privilegiada en el mundo para extraer el máximo de concesiones de sus socios sin ofrecer mucho a cambio. ¿Puede Estados Unidos alcanzar la prosperidad a costa de sus socios?
Los datos disponibles demuestran que no. El aumento de aranceles no ayuda a equilibrar su comercio exterior. Las cifras más recientes apuntan que en abril de 2024, su déficit comercial aumentó hasta los 74 600 millones de dólares, lo que supone el mayor incremento mensual desde octubre de 2022. De cara al futuro, las perspectivas de su recorte parecen poco optimistas: La previsión de referencia de Deloitte señala que las importaciones crecerán un 3,1 % de media en 2024, mientras que las exportaciones solo un 2,4 %. No es un resultado especialmente brillante para los 4 años de gobierno demócrata.
La economía mundial del siglo XXI está muy interconectada y es interdependiente, y está claro que no es un juego de suma cero. Si Washington obliga a las empresas locales instaladas en China a abandonar el país, en la mayoría de los casos no es probable que estas puedan asentarse en Estados Unidos. En su lugar, preferirán trasladarse a otros destinos geográficos, donde el entorno de inversión parece más atractivo. El deterioro de infraestructuras, la calidad inferior de formación profesional, los costes excesivos de los servicios jurídicos, la escasa ética de trabajo, las numerosas incertidumbres políticas y muchos otros problemas y deficiencias internos, más que las prácticas comerciales desleales de las naciones, son la causa de lo mal que va su economía. Los salarios reales llevan décadas estancados, las desigualdades sociales avanzan de manera alarmante, el crecimiento de la productividad se ralentiza e incluso la esperanza de vida está disminuyendo.
No se trata de descartar a Estados Unidos como superpotencia con un enorme potencial. Sin embargo, incluso a un verdadero amigo le resultaría difícil negar que el país no pasa por su mejor momento y que iniciar guerras comerciales no es un remedio apropiado para sus múltiples desórdenes estructurales.
En lugar de intentar trasladar las inquietudes de una cabeza enferma a otra sana, los dirigentes estadounidenses deberían conceptualizar meticulosamente y aplicar con coherencia una estrategia de reindustrialización a largo plazo que pueda reunir a su dividida nación en torno a objetivos y aspiraciones comunes. Esto es exactamente lo que hizo Franklin D. Roosevelt en la década de 1930 para combatir la Gran Depresión y dar al pueblo un sentido de fin común y justicia social. Una cohesión social renovada y no unos aranceles elevados debería volverlo a hacer grande. Parece que hoy en día ni Joe Biden ni Donald Trump están preparados para la próxima edición del New Deal del siglo XXI. Esperemos que la generación entrante de líderes estadounidenses llene este vacío antes de que transcurra demasiado tiempo.