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spanish.china.org.cn | 11. 09. 2023 | Editor:Eva Yu [A A A]

La incoherencia de la política de EE. UU. hacia China se evidencia en su enfoque de coerción

Palabras clave: EE. UU. , China, política



Por Jorge Fernández


El poder económico en Estados Unidos ha corroborado dolorosamente que las disputas económicas con China, iniciadas y agravadas por sectores radicales, han sido iguales a arrojarse un bloque de piedra en los pies.


Desde hace ya varios años, y especialmente durante la administración de Donald Trump, Estados Unidos ha buscado a través de diferentes medios e instancias contener el desarrollo de China. En la actualidad la participación de los grupos anti-China es más numeroso y complejo en el sistema político estadounidense. Y en un contexto de tensiones ya evidentes, los esfuerzos de voces que reconocen plenamente la importancia de una sana relación chino-estadounidense terminan enfrentándose a obstáculos aparentemente insuperables y repetitivos, como si de la piedra de Sísifo se tratara.

Es por ello que en medio de provocaciones, donde la retórica incendiaria contra China se hace una constante, las cuatro visitas de funcionarios de alto nivel de Estados Unidos deben reconocerse como una pequeña victoria de aquellos grupos de presión que demandan recomponer las cosas con China. Independientemente de los contenidos abordados entre las partes, el hecho de que funcionarios de los dos países puedan sentarse a dialogar sugiere que una suerte de détente en la relación bilateral está tomando forma. Y eso es una señal positiva, aunque aún no se puede cantar victoria.

Hace apenas una década, las figuras protagónicas en Estados Unidos se podían identificar en el Congreso y en la presidencia. No obstante, con el fenómeno Trump como jefe de Estado, más variables se incorporaron en la fórmula para diseñar la relación con China, en su mayoría de un ala radical y con enfoques y agendas impulsivas y disruptivas. Era solo cuestión de tiempo entender que una mala relación con China, hoy por hoy la segunda economía del planeta y un país en desarrollo acelerado, redundaría negativamente en los intereses nacionales de Estados Unidos. Ahora la voz es revertir la tendencia, aunque para ello primero hay que cambiar actitudes.

El poder económico en Estados Unidos ha corroborado dolorosamente que las disputas económicas con China, iniciadas y agravadas por sectores radicales, han sido iguales a arrojarse un bloque de piedra en los pies. En el pasado, la relación bilateral entrelazó gradualmente las actividades comerciales de ambas economías y esta serie de procesos, naturales y parsimoniosos, evolucionó en consecuencia hasta crear una asociación simbiótica entre Estados Unidos y China. Ahora el desacoplamiento sistemático impulsado por Washington está golpeando con suma severidad a sectores productivos que comprenden bien las ventajas que ofrece la estructura económica desarrollada en China.

El esquema es repetitivo para una amplia gama de sectores, en donde el económico es solo una arista. China y Estados Unidos ocupan un lugar preponderante en las relaciones internacionales. Las vinculaciones que existan entre ellos, nada más en el terreno diplomático, tienen importantes repercusiones en diferentes rincones del planeta, principalmente entre los países del Sur. Una mala relación política sienta un precedente en el funcionamiento de las relaciones internacionales y genera confusión en el proceder político y diplomático de los países. A China la ha arrastrado una política incoherente diseñada desde Washington y esto está afectando no solo los intereses de los dos colosos sino los del mundo entero.

Estados Unidos no puede mantener su idea, encarnada inconscientemente hasta el tuétano, de que ellos son y deben ser los primeros. El mundo ha evolucionado en una dirección que no es compatible ya con el egoísmo, la coerción o con la hegemonía que ellos aún profesan. Las economías del planeta atestiguan una vinculación natural que resulta de las fuerzas de la globalización. Ir en contra de ellas equivale a oponerse a un proceso natural, libre de métodos artificiales, que ha generado beneficios tangentes para muchos, China incluida. La cooperación por encima de la fuerza e imposición es lo que el mundo avista como la nueva normalidad internacional.

Estados Unidos opera hoy en medio de contradicciones que resultan de las diferentes voces que tienen poder de decisión. Por un lado están aquellos que buscan eliminar todo riesgo que pueda surgir del desarrollo de China, los cuales apuestan por los puntapiés y las traiciones. Y por el otro lado están los que entienden que el desarrollo de China es incontenible y quienes observan que la cooperación redunda en los intereses propios y de terceros. Hoy los estrategas estadounidenses se baten en un lodazal en donde el objetivo final es o mantener la hegemonía o trabajar con China por el bien de todos.

Ejemplo de ese comportamiento errático fue la visita de Raimondo a China, que concluyó entre otras cosas con la apertura de vías de comunicación para problemas económicos específicos. El espíritu quedó opacado con la decisión de la administración Biden, con la secretaria de comercio aún en China, de aprobar una transferencia militar de 80 millones de dólares a la isla de Taiwan bajo el rubro de financiamiento militar, otorgado de forma regular a estados soberanos. ¿A qué está jugando Estados Unidos? Las voces que participan en la definición de una política hacia China son diversas, contradictorias y sus incoherencias aumentan la desconfianza de China y del mundo sobre la aptitud de Washington para tomar buenas decisiones.

Estados Unidos está operando bajo un esquema en donde actores de espectro político antagónico buscan hablar con una sola voz. El resultado hasta ahora ha sido desilusión entre sus interlocutores chinos y una desconfianza creciente al no saber qué grupo es el que tiene la batuta o el micrófono para hablar con China. Por el momento, nada parece indicar que los encuentros entre funcionarios de alto nivel se vayan a detener, aunque, por una cuestión de sentido común, estas visitas deberán estar amparadas con acciones que revelen compromiso, deseos de cambio y, sobre todo, deberán contar con un alto grado de madurez y racionalidad. Por el momento, Estados Unidos está mostrando a China y al mundo una de sus peores caras en detrimento del desarrollo económico mundial.