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spanish.china.org.cn | 12. 07. 2023 | Editor:Eva Yu [A A A]

La mentira, el recurso pusilánime de Estados Unidos con el “de-risking”

Palabras clave: Estados Unidos, China,



Por Jorge Fernández


De cara a la construcción deliberada de una trampa retórica para hacer creer al mundo que lo blanco es negro y lo negro es blanco, las acciones de Estados Unidos están generando desunión y egoísmo en un mundo que demanda a gritos hermandad y cooperación.


La trampa retórica en política se refiere a una situación en la que líderes, enajenados por sus propias palabras, se vuelven incapaces de implementar políticas coherentes que generen cambios positivos para una realidad. Su elocuencia desorbitada ilustra la creación de escenarios inalcanzables a corto plazo, ya que ignoran o subestiman las circunstancias y capacidades presentes. En otras palabras, la trampa retórica convierte a los estrategas en rehenes de sus propias palabras, y hace de ellos marionetas inmersas en escenarios utópicos sin poder para generar cambios, so pena de contradecir la dinámica inherente en sus propios discursos.

El liderazgo de Estados Unidos ha pasado a convertirse en el arquitecto de su propia trampa retórica, al diseñar una narrativa en donde abundan conceptos matizados y edulcorados de una política hostil y obstinadamente dura hacia China. La “reducción de riesgos”, una estrategia acordada entre los países del G7, expone una peligrosa acción promovida por Washington que escudada en la retórica busca frenar el desarrollo de China. El concepto, conocido en inglés como “de-risking”, apunta a atenuar con eufemismos las nuevas políticas destinadas a desacoplar y reconfigurar las cadenas de suministro vinculadas con China.

Ni China ni el resto del mundo son ingenuos. El lenguaje velado de Estados Unidos ofende la inteligencia de una nación con 5.000 años de historia, la cual no puede permitir que se sabotee su desarrollo ni que se utilicen recursos baratos para disimular agresiones que atentan contra intereses consagrados en la Constitución china. Para empezar, ¿qué es la “reducción de riesgos? Washington se ha encargado de impulsar un término extremadamente ambiguo, cuya interpretación subjetiva se define en atención a los intereses y condiciones de cada país. El desacoplamiento con China es una quimera inalcanzable y, a la postre, generará confusión y desviará la atención del mundo ante problemas reales de urgente solución.

China defiende el desarrollo inclusivo en un mundo globalizado, y su causa ha sido apoyada en todos los rincones del planeta. Prácticamente todas las economías, incluida la de Estados Unidos, están intrínsecamente relacionadas con las actividades económicas y financieras del gigante asiático. No obstante, la retórica ahora propagada por Washington deja a no pocos socios de China en una situación delicada y vulnerable. Por un lado, se implanta el mensaje de que “si no aceptas este nuevo sistema de valores, padecerás castigos o tu gobierno pagará las consecuencias”. Por otro lado, acatar el “de-risking” significa perder a China como socio comprador, lo que sugiere un tsunami demoledor en círculos económicos y empresariales de las economías del planeta.

Una vez más, el mundo se convierte en víctima pasiva de Estados Unidos, que ahora, para mala suerte de los países del Sur, ha vinculado su seguridad nacional y tecnológica al desarrollo acelerado de China. Estrategas de Estados Unidos han constatado ya que, sin importar la estrategia adoptada, el avance acelerado chino, estructurado desde Beijing, no da muestras de ralentizarse. Es por ello que ahora Washington se ha embarcado en la tarea de buscar aliados, principalmente entre los miembros del G7 y algunas economías de Europa, para reconfigurar las cadenas de suministro. Los interlocutores en otras partes del mundo en desarrollo, al final del día, se encuentran con un lenguaje críptico, matizado en sus ocultas intenciones, en el cual se asegura casi con una cruz en la mano que no se trata de un “desacoplamiento” sino de un “de-risking”. ¡Una verdadera locura semántica!

Este año marca el comienzo de una nueva etapa posterior a la pandemia, en la que todos los países, especialmente los desarrollados, deberían realizar esfuerzos significativos para fortalecer las conexiones y promover una mayor interdependencia global. Sin embargo, Estados Unidos, con su discurso de doble rasero, está debilitando este proceso mundial y socavando los esfuerzos de China y otros países en vías de desarrollo para integrar a nuevos actores en el escenario internacional. El discurso retórico orquestado desde Washington se convierte en un arma política que busca frenar y sabotear dichos esfuerzos. Desconectar al mundo no tiene ningún sentido práctico, va en contra de la globalización y nos empuja hacia niveles de división e inseguridad similares a los experimentados durante la Guerra Fría.

La presente administración estadounidense, reflejo de la anterior, ha empleado cuanto recurso tiene a la mano para frenar el progreso de China y sus esfuerzos por erigirse en una potencia tecnológica. ¿No es eso, en esencia, un ataque al desarrollo de las economías emergentes? ¿No es la Ley de Ciencia y chips una estrategia de contención? Las acciones emprendidas por la cúpula política estadounidense constituyen una afrenta a la moralidad, a las instituciones, al derecho internacional, dejando a organismos internacionales, como la Organización Mundial del Comercio, más turbados y avergonzados que nunca debido a la arbitrariedad e impunidad de tan deleznables actos.

Hasta ahora, China ha recibido en menos de un mes al secretario de Estado, Antony Blinken, y a la secretaria del Tesoro Janet Yellen. En medio de todas las especulaciones, hay algo que sí está claro: Beijing está dispuesto al diálogo y mantiene canales de comunicación abiertos. Sin embargo, el problema no reside en Beijing sino en Washington, que está semiatado por las ataduras de una retórica inalcanzable y destructiva a la vez. Al abusar de sus propias palabras, Estados Unidos se ha colocado a sí mismo en una situación complicada para emprender una política que revierta acciones lacerantes tanto para la relación chino-estadounidense como para la economía mundial. A las cosas hay que llamarlos por su nombre, y en la etapa posterior a la pandemia, Estados Unidos está saboteando a la economía mundial con una postura egoísta que deteriora su imagen y credibilidad ante el mundo.

En política, la mentira es el recurso del pusilánime y tarde o temprano se le cobra factura. De cara a la construcción deliberada de una trampa retórica para hacer creer al mundo que lo blanco es negro y lo negro es blanco, las acciones de Estados Unidos están generando desunión y egoísmo en un mundo que demanda a gritos hermandad y cooperación. Las economías desarrolladas deben poner como ejemplo el intercambio, el beneficio compartido y vínculos más estrechos entre todos para acelerar la recuperación económica mundial. Y no, por el contrario, propagar mentiras que revelan sus propias debilidades e inseguridades, y que apuntan a frenar el progreso y desarrollo de nuevos actores que albergan, a diferencia de los embusteros de Washington, enfoques más humanistas en el escenario internacional.