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spanish.china.org.cn | 24. 05. 2022 | Editor:Eva Yu Texto

China vs Estados Unidos en la carrera tecnológica: ¡Que gane el mejor!

Palabras clave: America Competes Act, China, EE.UU.

 

Por Jorge Fernández

 

Ojalá que el ganador posea el virtuosismo moral y la generosidad de la compartición para influir en la construcción de un mundo equitativo, justo y con beneficio para todos.

 

El senado de Estados Unidos aprobó recientemente una ley, histórica desde el ángulo que se le quiera ver, que apunta a contrarrestar el ímpetu con el que China se está desarrollando. El temor a ser superado por el gigante asiático ha llevado a los dos partidos políticos de la Unión Americana a buscar una alianza que permita al país ganar una carrera en el terreno científico y tecnológico, aunque para ello deba hacer uso de argucias de nula probidad.

La Ley de Competencia de Estados Unidos (America Competes Act, en inglés) ha tomado gradualmente forma tras un proceso insólito que la ha llevado por meandros bicamerales, en donde demócratas y republicanos han limado diferencias aparentemente insalvables con tal de frenar el avance tecnológico de China. El senado de Estados Unidos aprobó el pasado 28 de marzo un proyecto de ley orientado a elevar la investigación y la fabricación de alta tecnología, pero con China como el centro de una línea de tiro, a quien pretende desprestigiar señalando supuestas violaciones a los derechos humanos o ataques a la ciberseguridad, entre muchos otros más.

De toda una sarta de sinsentidos, los cuales buscan desesperadamente revertir el equilibrio de una balanza que favorece a China, llama la atención la moralidad del marco racional desde el cual se enfila la embestida contra la innovación, la creatividad y el dinamismo que define la producción tecnológica del país asiático. Estados Unidos busca irrumpir en la capacidad tecnológica de los chinos, pero no a través de una reforma que revolucione sus propios modelos de innovación o su sistema educativo, sino a través de la injerencia en los asuntos internos del gigante asiático, ya sea de forma individual o alentando la formación de alianzas contra China. Es tal el arrebato, que el senado de Estados Unidos recomendó, aunque usted no lo crea, ¡la contención de la influencia que China ejerce sobre las instituciones de educación superior!

Las cosas adoptan un nuevo matiz cuando temas como la isla de Taiwán, o regiones como Xinjiang, Tíbet o Hong Kong son incorporadas en la estrategia de Estados Unidos, la cual pretende ya de manera abierta y grosera injerirse en los asuntos internos de China. Por un lado, se atenta contra el derecho de un país a desarrollarse y a generar bienestar para sus habitantes, y por el otro lado, se viola la Carta de la ONU, el derecho internacional y los compromisos bilaterales rubricados con China a lo largo de la historia ¿Y por qué? La respuesta no está en Beijing sino en Washington. Las últimas administraciones estadounidenses han sido incapaces de generar sinergias que impulsen a nuevos niveles la innovación y el desarrollo tecnológico. Estados Unidos lleva ya muchos años detrás de China en la producción de semiconductores, y ahora, de cara a una situación que definirá a mediano y largo plazo un nuevo orden internacional, busca un reacomodo geoestratégico y retoma modelos obsoletos e inservibles de competitividad.

De entre las muchas declaraciones pronunciadas por Chuck Schumer, líder de la mayoría del senado, hay un par de líneas que deben leerse con cuidado. En una de sus alocuciones aseguró que “cualquier país que sea el primero en dominar las tecnologías del mañana, reconfigurará el mundo a su imagen”. Tristemente, Estados Unidos cae por enésima vez en un juego de rivalidades autoinventado, el cual no apunta a elevar la capacidad científica ni tecnológica, sino que busca contener y reprimir a un país que a sus ojos se perfila como competidor por la hegemonía mundial. Eslóganes como América Primero o declaraciones como la reconfiguración del mundo a imagen y semejanza del ganador no son más que resabios de la Guerra Fría, un periodo que en la periferia causó muerte y destrucción y del cual no hubo un solo ganador.

La humanidad vive un punto de inflexión en el que gracias a las nuevas tecnologías —la bioingeniería, los semiconductores, la computación cuántica o la inteligencia artificial—, es factible hacer del mundo un mejor lugar para todos, tanto en el terreno material como en el espiritual. Estamos en un momento en el que el idealismo de las utopías puede materializarse si logramos abandonar esquemas egoístas que buscan el beneficio de unos por encima de los derechos y ganancias de los otros. Es hora de repensar un nuevo modelo de relaciones internacionales que permita lograr nuevas metas en beneficio de todos aquellos que habitamos el planeta Tierra. Si lo dicho por Chuck Schumer es cierto, y si el ganador en la carrera tecnológica tendrá como responsabilidad reconfigurar al mundo del mañana, entonces ojalá que el campeón posea el virtuosismo moral y la generosidad de la compartición para influir en la construcción de un mundo equitativo, justo y con beneficio para todos. China está en la primera posición, tal y como está ya en el terreno de los semiconductores.

 

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